Ay, la corrección del lenguaje…! Esta columna se iba a llamar "Borrachas", en femenino universal, pero mi compañera Maribel me recriminó el título, porque borrachos y borrachas lo son todas y todos a los que le parecía que me iba a referir. Al habitante que lo escribe, a estas alturas, le importa muy poco faltar el respeto o guardarlo y entonces se corrige.

El tema es que después de habernos entretenido las semanas pasadas con elecciones, presidentes electos, investiduras, muros de miedo y promesas de vergüenza, entre otras estupideces, el mundo de los mortales que habitamos se sorprende al verificar que una muchacha falleció por un coma etílico. Esa tragedia es menos común de lo que resultaría probable, dado el aluvión de chavalería que toma las noches del fin de semana para procurarse una cogorza monumental en el fenómeno del botellón, o botellona. Tan edificante, tan socializante, tan libre y tan normal.

Llamemos a las cosas por su nombre. Tenemos un problema de salud pública. No es solo un problema de orden público, por las molestias que el botellón genera, por la irresponsabilidad de los poderes públicos que facilitan espacios conocidos como "botellódromos" -que ya el nombre denota la creatividad permisiva del invento-, de la pobre gestión de las escasas sanciones que se imponen o de la suciedad que arrastra. Que sí, que todo eso es verdad. Pero toda esa valoración no resiste un solo argumento con el hecho incontestable de la verdadera gravedad del asunto: miles de jóvenes, muchos de ellos menores de edad (muy menores de edad), están destrozándose la salud y la vida, hasta perderla como en el caso de la pobre chica fallecida, en el marco de una patología gravísima, médicamente descrita como alcoholismo de fin de semana, y de otra, menos médica, pero igual de grave: la permisividad social, familiar y pública. Quizás entre semana, los mismos jóvenes que acuden al botellón no prueban una gota de alcohol, pero, viernes y sábados, la calle es suya y sus hígados de una destilería.

El desvanecimiento ético de la sociedad entregada que hemos fabricado es desolador. La mayoría de los chavales que lo hacen interpretan su conducta como un derecho. Se relacionan así, no es por beber, es por juntarse y, claro, las copas son caras, por lo que como me expando de esta manera, porque sin la copa no soy yo, tengo derecho a hacerlo. Pues no. No lo tienes. No lo tienes, del mismo modo que un hombre o una mujer no pueden ir por la calle clavándose puñales a sí mismos en el cuerpo: todo el mundo trataría de impedirlo.

Nosotros no lo estamos haciendo. Debatimos si les asiste alguna razón y "sensibilizamos". ¡Qué carajo! Algunos se mueren y otros se están muriendo y no lo saben. Estamos borrachos de decir sí. Y estamos obligados a decir no. Cero botellón ya.

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