En España va llegando la hora de que cada ciudadano salga de casa con una listita. Un memorándum, cada vez más prolijo, en el que vengan claros los productos y personas a las que hay que boicotear para cumplir con las liturgias de la secta. Porque España, entre corruptos e iluminados, se está convirtiendo en un campo abonado para el sectarismo y, por ende, para el boicot. Nada nuevo en realidad, porque en este país el amor por los procesos inquisitoriales ha quedado en el ADN. Lo inquisitorial nos pone. El largo puente que hemos vivido ha dejado al respecto varios ejemplos. Ya saben: cuando hay tiempo libre, en vez de ponerse a leer o a cocinar, hay gente que aprovecha para dedicarse a uno de los entretenimientos más tontos que existen: polemizar con inquina. Las víctimas en este caso son el cocinero Jordi Cruz, el escritor Mario Vargas Llosa y la actriz vasca Itziar Ituño. Al primero se le ha venido gorda encima por defender el actual sistema de prácticas laborales, mientras que al segundo le llueven las pedradas por una vieja historia de Perú, con escasos visos de fiabilidad. A la tercera, por último, le caen los golpes por haber demandado la reagrupación de presos etarras. Desde la izquierda podemita, ya hay quienes anuncian que nunca pondrán un pie en el restaurante de Cruz ni volverán a leer una novela de Vargas Llosa, en caso de que antes hubiesen leído alguna; del mismo modo, desde la derecha montuna se anuncia un boicot contra La casa de papel, la serie protagonizada por Ituño cuyo estreno prepara Antena 3. Ni me gusta un pelo lo que dijo Cruz ni simpatizo un rábano con la ideología esquinada de Ituño, al tiempo que reconozco que la última etapa de Vargas Llosa como que no. Pero me niego, por más que unos y otros griten, a salir a la calle con la puñetera lista para andar pendiente de si estas pizzas las hace tal firma catalana, de si tal escritor está afiliado a Vox o de si tal cantante es taurino o antitaurino. Porque detrás de todo eso lo que se esconde es un boicot a la inteligencia y a la tolerancia, una lucha de extremos en la que se trata de castigar la libertad de pensamiento que tiene cada individuo en una democracia. Así que aquí seguiré leyendo a Vargas Llosa, viendo las series que me gustan y ahorrando un poco por si algún día puedo ir al restaurante del señor Cruz. Si la justicia los quiere juzgar por algo que los juzgue, pues yo sólo los juzgaré como escritor, cocinero y actriz. Demasiada libertad nos quita ya el Estado burocrático que padecemos y el sistema laboral segundomundista que sufrimos como para que encima nos quitemos nosotros libertad por tonterías. La única lista que merece la pena es la de la compra.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios