Biomediocridad

Biomediocridad sería algo así como la acción de convivir entre tanto mediocre como prolifera

La lengua es algo vivo que está continuamente haciéndose y los lingüistas, como bien dice mi querido amigo el profesor Antonio Narbona, no están para dirigir el lenguaje, sino para recoger lo que se habla en la calle. Hace unos días que el Diccionario de la Lengua Española ha incluido la palabra aporofobia, término que describe el rechazo a las personas pobres o desfavorecidas. Aunque la situación no sea nueva, el hecho de que tenga un nombre es el primer paso para tomar conciencia de que existe y así tratar de resolverla. El tiempo, ese gran tamiz que termina poniendo cada cosa en su sitio, será el encargado de decirnos si este término sigue boyante o, como sería deseable, caerá en desuso por falta de practicantes.

Hay palabras que fueron introducidas en su día y siguen con plena vigencia, de las que me quedo con gilipollas. Cada vez se usa más porque cada vez abundan más los individuos que merecen este sustantivo o adjetivo. Una que llegó también para quedarse es biodiversidad. Éste término destinado en un principio a enriquecer el léxico científico es utilizado por políticos y demagogos en general con una profusión tal que nos da pie a incluir inmediatamente a muchos de ellos en el ejército de los gilipollas.

Se atribuye a Edward O. Wilson la invención de los términos sociobiología y biodiversidad. Todo un éxito. Pero como las personas inteligentes suelen ser modestas y sinceras, reconoció que el auténtico inventor no fue él, sino uno de sus colaboradores y que, por cierto, nunca le gustó la palabra. Pero el éxito de un nuevo término no depende de la originalidad de su promotor, como el personaje de La Colmena que se definía a sí mismo como inventor de palabras, sino de la vigencia de aquello que identifica. Sin pretender ser un don Camilo, aventuro un gran porvenir al neologismo biomediocridad. Sería algo así como la acción de convivir entre tanto mediocre como prolifera.

En la magnífica entrevista que el pasado domingo le hacía Luis Sánchez-Moliní a José Aguilar en este periódico, éste afirmaba que la mayoría de los políticos actuales eran honestos, pero muy mediocres. Y es que la mediocridad ha avanzado hasta llegar a cotas insospechadas. Entre mediocres, carajotes (también por aceptar) y gilipollas varios, da la impresión de que no queda espacio para las personas inteligentes. Éstos son víctimas de la biomediocridad y prefieren irse a casa.

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