Tengo a mi familia repartida a lo Villalón: entre Cádiz y Sevilla. Quiere decir esto que me las puedo tomar en La Cepa o en lo de Emilio en la calle Gamazo, en el Manteca o en lo de Trifón; que no me da miedo concluir con Jesús Vigorra en que en el COAC del Falla hay mucha morralla ni temor a recriminarles a los malagueños que el centralismo sevillano es una milonga inverosímil porque, si por algo se distingue Sevilla, es por no tener nunca las cosas claras, capaz de convertir la fecha de la Feria en una filigrana dialéctica. El tema de ahora es el peaje de la carretera que Bética de Autopista comenzó a explotar antes de que Franco muriese. Algunos sostienen que nos vamos a enterar, que compartiremos vía con sudorosos camioneros, con tiesos chipioneros, con los kamikazes que ahora se juegan la vida en la N-IV entre El Cuervo y Los Palacios. Y que el Estado -atención, el Estado, cuántos socialdemócratas- perderá 150 millones de euros, los que cuesta el mantenimiento. Ay, los mismos 150 millones que ya no ingresa la Junta por la bonificación del 99% del impuesto de las herencias. Qué pocos lamentos entonces. Ninguna de las cacareadas bajadas de impuestos me ha aportado 200 euros al año, es mi BMI particular, la de los sevillanos y gaditanos que llevamos medio siglo nutriendo lo que fue el negocio de entre siglos, la Bética de Autopista.

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