Cuchillo sin filo

Francisco Correal

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Benjamín

Fueron cinco horas con Mario, como la novela de Delibes, un viaje en tren y un partido fantasma

Cinco horas con Mario. Como la novela de Delibes. Son las que pasé el miércoles último con mi hermano Mario para celebrar su cumpleaños. Somos capicúas, yo nací en el 57 y él en el 75, lo concibieron al final del Mundial de Alemania 1974 para relevarme en la segunda parte de mi vida, cuando dejé el pueblo y me fui a estudiar Periodismo a Madrid. De su nacimiento hace 43 años me informaron de regreso de una boda en Aínsa, en el Pirineo aragonés, un sitio del que alguna vez he hablado con Kiko Veneno, porque le trae muy buenos recuerdos de una de sus actuaciones. Al contrario de su pesadilla en La Roda, pueblo de Albacete donde la gente estaba más pendiente de la manduca que del concierto. El último equipo al que se enfrentó Zidane cuando entrenaba al filial del Madrid antes de subir al primer equipo para ganar dos Copas de Europa consecutivas.

Viajé en tren a Málaga y a mi hermano le llevaba dos regalos. El tangible era un libro, la novela Eva de Pérez-Reverte, la segunda parte de las aventuras de Falcó. A los dos nos gustó mucho la primera, ese personaje bogartiano que en plena guerra civil acude a liberar a José Antonio de la prisión de Alicante. El regalo intangible consistía en que por los horarios de Renfe me iba a perder el partido de vuelta del Madrid contra la Juventus por coincidir con el viaje de regreso. El madridismo ha sido el legado que nos dejó mi padre a los cinco hermanos, aunque el benjamín, que además es mi ahijado, lo vive con mucho más distanciamiento brechtiano que el primogénito.

Pertrechado con un buen libro, le pedí a mis hermanos que me fueran mandando mensajes con las novedades del marcador. No imaginaba ese un, dos, tres como la película de Billy Wilder, el concurso de Chicho Ibáñez Serrador o el secuestro del Metro en la película Pelham Uno, Dos, Tres. El 0-1 era el gol del honor, el 0-2 el susto en el cuerpo, el 0-3 hizo que me olvidara de la novela que iba leyendo. Eso lo ha hecho el Madrid a propósito para que al menos me dé tiempo a ver la prórroga, le escribí a mis hermanos con el síndrome del maracanazo. En ese momento, mi móvil se quedó sin batería y yo sin guitarra. Hice un nirvana ferroviario. Cogí el equipaje y escuché al revisor algunas palabras sueltas: penalti, Cristiano, 97, Buffon. A Delibes le encantaba el fútbol.

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