NO sé quién dijo que durante el siglo XX lo que más había crecido en el mundo eran los pobres y las basuras. En lo que va del XXI creo que el número de pobres absolutos va decreciendo (África, al fin, se mueve; Asia es un cañón, y América Latina no va mal), mientras que la basura aumenta sin cesar.

Como si estuviéramos escasos de basura, sea orgánica o industrial, doméstica o social, las nuevas tecnologías nos han traído un estallido de basura imprevista. No es una basura maloliente ni ensucia nada, pero fastidia igual. Me refiero al correo basura que nos atosiga, distrae e, incluso, infecciona el espíritu con sus majaderías, propagandas y trampas.

Además, tiene vocación totalitaria y exclusivista. ¿Cuántos millones de correos electrónicos se envían al cabo del día entre los puntos más distantes del mundo? Incontables, ¿no? Bueno, pues el 95 por ciento de ellos contienen correo basura, es decir, mensajes publicitarios que el destinatario no ha solicitado en ningún caso, cuando no engañifas o -peor aún- virus que se cargan tu ordenador a poco que te descuides. En la jerga informática se les comnoce como spam, el nombre de una carne enlatada con la que se alimentó a los soldados en la Segunda Guerra Mundial y que los iconoclastas de Monty Python terminaron convirtiendo, por repetición y burla, en sinónimo de algo no deseado, que se impone a la fuerza.

Como el correo basura. Sus creadores cobran en función del correo que reparten, de modo que se hacen con listas millonarias de direcciones de correos electrónicos, comprándolas, robándolas o rastreando servidores. Gracias al automatismo de esta forma de comunicación, pueden castigar a millones de usuarios con anuncios de Viagra, tratamientos para alargar el pene -son de los más numerosos-, dietas milagrosas con las que uno adelgaza diez kilos en siete días o métodos para enriquecerse sin salir de casa.

Precisamente ante estos últimos hay que estar especialmente vigilantes para no caer en sus redes. Una de sus variantes es el tristemente famoso -y aún debería serlo más, para prevenir incautos- phishing (pesca) mediante el que sonsacan claves bancarias disfrazándose de entidad financiera legal y desvalijan en un santiamén al desprevenido. Otra, todavía más peligrosa, pretende usarte como receptor de transferencias por las que te pagarían suculentas comisiones... hasta que la Policía te interroga por haber servido, sin querer, de cooperador en una estafa. También hay que desconfiar por sistema del spam que solicita reenviar mensajes a amigos y conocidos apelando a móviles filantrópicos. Explota los buenos sentimientos para meter a la gente en líos muy gordos. Basuras.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios