Palabras prestadas

Pablo García Casado / Www.casadosolis.com

Bálsamo literario contra la crisis

LA crisis se apodera de los estados de ánimo. Se propaga como un fuego por los estratos de la vida civil, prendiendo en la espina dorsal de nuestra vida cotidiana. Los bares siguen repletos, los atascos en fin de semana indican que seguimos conservando una tendencia a repetir los hábitos nómadas de julio. Pero en cada mesa de bar, en cada conversación en el coche, esperando ingresar en la autopista, los malos augurios y el pesimismo parecen haberse convertido en la única música que acompaña nuestra vida. España se va de vacaciones, con un tema que rumiar en las largas sobremesas de cubitos de hielo derretidos en la jarra vacía de gazpacho.

Estas líneas de sábado han mostrado en demasiadas ocasiones que bajo la capa de ese entusiasmo y esa euforia económica de los últimos años había mucha gente que permanecía al margen. Que la supuesta bonanza no repercutía en una masa creciente de hombres y mujeres excluidos que no participaban de la fiesta, y que ahora, además, están pagando los platos rotos de los demás. Incluso dejé por escrito mis reflexiones a través de las imágenes y los breves relatos de mi último libro, publicado hace ahora un año. Entonces alguien me apuntaba que esos retratos de ruina moral y económica eran un exorcismo exagerado, porque en España ya no existían esos personajes al límite de la supervivencia. Que estaba practicando una demagogia infumable. Yo pensé en todo aquello, pero seguía viendo cómo mis vecinos se entrampaban hasta los ojos, los padres llegaban a las tantas de la noche, las madres debían dejar de dar el pecho para trabajar y pagar las letras de un Renault Clio. Ese contexto moral se ha acuciado en los últimos meses. La quiebra se extiende no sólo a las grandes empresas, sino a miles de unidades familiares que ya venían apretando su cuenta de resultados. Se ha vivido al límite porque existía la conciencia global de que las cosas irían bien, y nos situaríamos en un crecimiento perpetuo sin solución de continuidad. Y ahora nos sumimos en una depresión colectiva.

La crisis económica hace aflorar otros pesimismos latentes. Dicen que caminamos irremisiblemente hacia la autodestrucción económica y moral, y se señala a la juventud como depositaria de todos los males. Sobre ella se vierten toda clase de apocalípticos presagios, su falta de consistencia, su obsesión enfermiza por las tecnologías, su desazón por la gran cultura. No es nueva esa retórica de culpabilizar a los jóvenes del deterioro intelectual de la sociedad. Ese "dónde vamos a llegar" aparece edulcorado con eufemismos, pero con idéntica desazón que en los 80, cuando se decía que íbamos a dejar la sociedad en manos de un puñado de pasotas.

En esa línea derivaba el debate que manteníamos el pasado miércoles en una televisión local, con personas de talla intelectual intachable, con las que no puedo coincidir. No participo de esa visión. No toda la culpa es de la Logse, ni de la tele, ni de los videojuegos. Viven en un contexto que también es el nuestro y participan del poco aprecio por el esfuerzo colectivo, por la excelencia. Han crecido en una cultura especulativa, donde se premia al golfo que se lo lleva calentito. Y sin embargo, a pesar de los pesares, existen razones para el optimismo, aunque sea en pequeñas dosis. Dos días después de este triste repaso por los males de nuestra vida civil, de mostrar ante las pantallas en apocalipsis que se avecina, un puñado de jovencísimos escritores nos demostraban a Lorenzo Silva y a mí que la literatura sigue teniendo sentido. Que en los tiempos del chat y la telebasura, todavía las palabras seguían cautivando y teniendo el poder evocador de construir nuevos mundos. En un ambiente propicio, en Mollina, en la Tercera Escuela de verano para Escritores Noveles, medio centenar de chicos y chicas me confirmaban en este optimismo. Su energía, sus ganas de escribir y de vivir el momento mágico de la escritura, es el mejor remedio contra el cinismo. En ellos reconocí al adolescente que empezaba en 1988, cuando también se auguraban los peores males, cuando también entonces, como ahora, se anunciaba un apocalipsis venidero.

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