En el tejado

F.J. Cantador

fcantador@eldiadecordoba.com

Bailando con lobos II

Que viene el lobo, que viene el lobo y, al final, no sé qué grado de ferocidad tendrá este lobo económico con ADN de coronavirus; pero todo apunta a que no será poca, y a que nos tocará volver a bailar con él, como nos tocó bailar con el que nos mandó como condena la crisis del 2008, ese que dejó tantísimos cadáveres por el camino. Entonces, ya casi acabada esa crisis, escribí una columna que contaba la historia de un amigo al que llamé X, quien, como en aquellos años, teme volver a sentirse como el teniente John J. Dunbar. Como el protagonista de Bailando con lobos -a quien daba vida en la gran pantalla y en las menos grande, Kevin Costner-, él, que hace ya tiempo que pasó de los 40 -aunque para las crisis económicas, como para la muerte, no hay edades-, llegó a alzar los brazos de la desesperación hasta abandonarse a una muerte anunciada desterrando de su mente ese hilo de la fortuna -en la que ya no creía- de que las balas y las flechas de la miseria que silbaban a su alrededor no acabaran por derribarlo. En ese momento, X llevaba poco parado, tenía dos hijos -e hipoteca, como tantos y tantos españoles- y su desesperación se fue deteriorando a la velocidad que lo hizo su cuenta corriente, hasta obligarlo a pedir caridad en Cruz Roja y en Cáritas. Nunca pensó, cuando veía las barbas de otros muchos cortar, que le tocaría a él convertirse en otro Tom Joad del siglo XXI, en otro cuya vida es sobrevivir, y gracias. Nunca pensó que tendría que depender de la caridad en un momento en el que para él, como para otros muchos, conseguir un puesto de trabajo ya era poco menos que una blasfemia en una sociedad enferma dominada por los lobbies económicos y la especulación económica.

X, universitario, siempre había tenido un buen trabajo hasta que un día -con palmadita en la espalda incluida- decidieron no renovarle el contrato, porque siempre se definió como una persona independiente. Desde entonces, X mendigó empleo low cost en vano allá donde se le ocurrió, incluso se aventuró a montar una empresa desafiando a un sistema poco amigo de emprendedores, iniciativa que duró lo que dura ahora la esperanza de quien no ve futuro laboral posible. Todo ello, cobrando, gracias a que tenía dos hijos, una fortuna de prestación por desempleo de poco más de 800 euros desde que el Gobierno decidió que ese sería el máximo paro que debía percibir, no fuera a ser que reinara en él la pereza más insultante a la hora de buscar su particular Dorado laboral. Después de encontrarlo, ahora, en tiempos de ERTEs, X defiende a capa y espada el mínimo vital, una prestación que llega para dar dignidad a quienes como él han trabajado buena parte su vida y ya no tienen ingresos. Aunque no esté libre de picaresca, defendamos el mínimo vital ... X podemos ser tú y/o yo.

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