Editorial

Baena, síntoma de una enfermedad social

EL espeluznante caso de la violación de una niña de 13 años a manos de seis jóvenes el pasado 2 de julio en la localidad cordobesa de Baena ha conmovido esta semana a todo el país por la sangre fría con la que actuaron los agresores y por la juventud de la mayoría de ellos. El desgarrador relato de María José Torres, la madre de la víctima, de cómo habían tenido lugar los hechos y de por qué su hija había esperado tres días para contárselo ha conmovido a la sociedad, que ha visto reflejada en sus palabras la angustia de otros padres, como los de la joven sevillana Marta del Castillo, que han vivido la tragedia de cerca en los últimos tiempos. El modo de operar de los agresores, cinco de ellos menores de edad, la sangre fría con la que esperaron a la niña a la salida de la piscina municipal, el uso de una grabación en un móvil como elemento disuario para que la adolescente cediera ante sus peticiones y el hecho de que tras consumar las cuatro primeras violaciones trasladasen a la niña de nuevo al polideportivo para llevar a cabo las dos últimas agresiones lleva a preguntarse qué tipo de educación y qué tipo de valores estamos transmietiendo a las nuevas generaciones. Más allá de la lógica reclamación de la familia para que se modifique la ley y se pueda juzgar a todos los impicados en la agresión -el menor de los atacantes tiene trece años y no llega a la edad mínima penal-, hemos de preguntarnos qué estamos haciendo mal para que nuestros jóvenes sean cada vez más violentos y demuestren semejante repugnancia hacia los valores mínimos de respeto al prójimo. A la vista de acontecdimientos como el de Baena consideramos que ha llegado el momento de plantear la necesidad de revisar los parámetros en los que estamos educando a nuestros hijos. Porque los principales responsables de este desprecio a los mínimos de convivencia en el que se mueven parte de los jóvenes hoy en día son los padres, que han abandonado en muchos casos la responsabilidad de educar a sus hijos. Debemos emprender las medidas necesarias para que sea en el seno de la familia en el que se reconduzcan estas situaciones violentas, para que el respeto a los docentes vuelve a ser la norma y no la excepción en las aulas y para que los valores que se premien en la sociedad sean los del esfuerzo y el trabajo. Los propios medios de comunicación debemos revisar nuestros códigos éticos para eliminar de los contenidos esas llamadas al éxito fácil, al reconocimiento del gracioso o el polémico frente al brillante y aplicado, hemos de borrar de los contenidos la normalización de la violencia como elemento de convivencia. El futuro de nuestros hijos es el que está en juego y no es algo qcon lo que se deba frivolizar.

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