44ºC

El otro día murió un operario de la limpieza en Madrid por un golpe de calor. Sabemos poco de él, sólo que tenía 60 años

La ciudad está sucia, dice todo el mundo, y es verdad, la ciudad está sucia. Pero por la mañana, temprano, veo trabajar a los empleados de limpieza. Hace calor -ya estamos a 33º y la temperatura seguirá subiendo hasta los 44º o más- pero ellos (y ellas, que no se nos olvide) no paran ni un segundo. Retiran botellas rotas, vasos de plástico todavía pringosos, recogen bolsas abandonadas, riegan aceras, pasan la barredora con el cepillo giratorio. A veces se toman un descanso y se apretujan bajo la sombra raquítica de un naranjo o una adelfa. Algunos se fuman un cigarro, otros miran la avenida, el río, los edificios lejanos. No hablan. Apenas se mueven. Cuando se levantan, un fúnebre termómetro urbano (¿por qué tienen que ser negros?) anuncia que la temperatura ya ha subido a 34º, y eso que el día no ha hecho más que empezar. Vuelta al trabajo.

El otro día murió un operario de la limpieza en Madrid por un golpe de calor. No sabemos mucho de él. Por lo que se ha publicado, tenía 60 años y estaba trabajando en el Puente de Vallecas. Cuando le tomaron la temperatura corporal, en la ambulancia que lo llevaba al hospital, los paramédicos descubrieron que la tenía a 41,6º. No está mal, ¿eh? Le aplicaron hielo y también suero salino frío, pero no sirvió de nada. No sé por qué, me imagino que este hombre llevaba toda la vida trabajando en los equipos de limpieza. Y no sé por qué, me imagino que no se quejaba y que incluso hacía su trabajo con cierto orgullo, con una extraña satisfacción por eso tan raro que denominamos el trabajo bien hecho. Al fin y al cabo, dejar una acera limpia es algo que repercute en el bienestar de todos, y más aún cuando vemos la cochambre que somos capaces de dejar a nuestro paso. No todo el mundo podría decir lo mismo del trabajo que hace.

Hoy y mañana se anuncian las mismas temperaturas, 44º C o incluso más, pero los operarios de limpieza seguirán trabajando con sus motocarros eléctricos y sus sopladoras de hojas y sus triciclos. Y cuando llegue el momento de más calor, se sentarán bajo la sombra raquítica de un ligustro o un naranjo -cada vez hay menos árboles de sombra en nuestras calles- y mirarán el alquitrán que hierve y los balcones repletos de equipos de aire acondicionado que zumban a todas horas y el lento sopor que se apodera de todo. Y entonces, cuando el termómetro marque los 35º o 36ºC, volverán al trabajo.

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