¿Por qué?

Dar otra razón de ser a lo que ya la tenía de sobra es rebajar la primera razón

José María Pemán decía que lo peor que se podía decir ante una obra de arte era "¿por qué?". Si aquello no era capaz de dar por sí mismo razón de sí mismo, era un fracaso; con independencia de las sesudas razones que se pudieran añadir a posteriori.

La política es diferente al arte, pero hay que desconfiar igualmente de las razones sumadas o reconocidas a posteriori. Evoca a Maquiavelo o, si hacemos caso de Mario Quintana, al diablo. Contaba el poeta brasileño: "Un día el Diablo vio a un niño haciendo con el dedo un boquete en la arena y le pregunto qué diablos estaba haciendo. '¿No lo ves? Estoy haciendo con un dedo un boquete en la arena', se asombró el niño. ¡Pobre Diablo! Su problema es que el jamás comprenderá que una cosa puede ser hecha sin segundas intenciones".

Ciudadanos no ha quedado mejor que el diablo de Quintana cuando se ha filtrado que su presencia heroica en Rentería y Ugao Miraballes, encarando insultos y amenazas proetarras, la consideran un acto muy rentable de comunicación política, del que se felicitan. Como felicitación, se autodestruye. Admirábamos el valor y el coraje cívico, pero no tanto la astucia de marketing.

A partir de ahora, con Cs, entenderemos que nos hablen de principios al principio, pero al segundo ya esteremos buscándoles las segundas intenciones. No quieren fotografiarse con Vox, ¿por qué? Defienden los vientres de alquiler, ¿para qué? Han arriesgado yendo al Orgullo LGTB, ¿con qué (segunda) intención?

No quiero ser injusto y asumo que objetivamente creerán en lo que hacen. Pero dar otra razón de ser al acto que la tuvo en sí mismo es rebajar irremediablemente la primera razón. Por otra parte, una intención u otra transformará los hechos. Contaba Eugenio d'Ors que, cuando él era un pillastre, un tendero del barrio fue a protestar a su madre de que la criaturita le insultaba. "¿Qué horror", exclamó la madre, "¿y qué le dice?". "Me llama comerciante, señora". "Ah, vaya", repuso la madre, "pero eso es lo que usted es, ¿no?". "Lo malo es la intención, señora, la intención". Ya reconvertido en sabio, Eugenio d'Ors admiraba la sutileza que demostró el comerciante. Pues eso: ¡la intención!

Esto nos empuja imperceptiblemente hacia el cinismo. Terminaremos por creer sólo en la buena intención de aquellos actos que resulten manifiestamente contraproducentes e impopulares. Todo lo demás (incluso, ay, lo más noble) nos olerá a teatro.

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