Nadie mínimamente sensato pondrá en duda que aunque la Constitución del 78 y las leyes posteriores (esa que pretenden dinamitar algunos) establecieron el principio de igualdad estamos lejos de alcanzarla. No es un problema exclusivamente español, pero sí es un problema también español. Hay igualdad legal entre hombres y mujeres, pero no la hay real, ni aquí, ni en la mayor parte de los países occidentales -de otros mejor no hablar-.

Las movilizaciones del pasado 8 de marzo, no tanto la discutible huelga, fueron un éxito clamoroso si atendemos al número de personas que acudieron a las manifestaciones convocadas, a la atención recibida por los medios de comunicación y la proyección pública del movimiento y sus reivindicaciones. El éxito, más allá de algún episodio aislado, radicó en la transversalidad, la unión de quienes piensan diferente pero coinciden en lo esencial, y la igualdad de oportunidades lo es.

No tengo claro si el masivo apoyo a las manifestaciones va a tener algún efecto real sobre el problema -deseo como ciudadano y, con un punto de egoísmo, como padre de tres hijas que sí-, que tiene sus raíces no sólo en el machismo y que tiene entre sus culpables tanto a hombres como a mujeres: hay leyes que incumplen unos y otras, hay actitudes que tienen unas y otros.

Zapatero fue, en lo económico, un presidente bastante calamitoso, pero impulsó algunas medidas ejemplares, desde la ley antitabaco al matrimonio entre personas del mismo sexo pasando por las relativas a la cobertura social de los (las en su mayoría) empleados del hogar: la estadística dice que hay en España unas 700.000, más del 90% mujeres, de las que apenas la mitad están aseguradas; muchas mujeres están contratadas bajo la fórmula del llamado por la Administración "falso autónomo" que facilita el despido y dificulta el disfrute de derechos sociales; todos hemos oído en alguna ocasión insidias sobre el éxito de algunas mujeres extendiendo sospechas sobre la razón del mismo; son todos comportamientos reprochables que se cometen a diario, por hombres y mujeres. Si, por mujeres. Tenemos en nuestra mano instrumentos para corregir la desigualdad y a veces los olvidamos y echamos la culpa al sistema o al prójimo.

La desigualdad y el machismo existen y hay que combatirlos sin contemplaciones. Culpables de ello somos muchos, incluso algun@s que se golpean estruendosamente el pecho denunciándolos. Hay que ser intolerante con los comportamientos que provocan la desigualdad y los agravios (con todos, no sólo con los que nos convienen). Hacen falta seguramente nuevas leyes, pero hay que empezar por cumplir las que ya tenemos, por educar en igualdad y por hacer examen de conciencia. Res non verba.

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