Crónicas Levantiscas

Juan Manuel Marqués Perales

jmmarques@diariodecadiz.com

Azul Murillo

No son uno ni dos, sino más, los estudios que relacionan la contaminación de las ciudades con la mortandad por Covid-19

Los cielos de Sevilla tienen ahora el color de los mantos de las Inmaculadas de Murillo, la Alhambra es roja y desde las azoteas de Cádiz se divisa el castillo de Santi Pectri. El confinamiento ha limpiado la suciedad del lienzo oscurecido y la luz que estos días llega hasta la ribera del Guadalquivir en Sevilla es la misma que la de la costa de Cádiz y de Huelva. Vivíamos dentro de una nube caliente de hollín, dióxido de carbono y óxidos de nitrógeno, el encierro quizás no nos haya hecho mejores, pero sí más sabios.

Han bastado estos 55 días de abstinencia para recuperar el olor y los colores, para ver cómo se naturalizan las ciudades que otros meses de mayo ya eran hornos calientes y ruidosos.

Todavía está por concluir, pero no son uno ni dos ni cinco, sino más, los estudios que comienzan a relacionar la mortandad del virus SARS-CoV2 con la contaminación de las ciudades. Uno realizado en la Universidad de Harvard, y publicado en el New England Journal of Medicine, relaciona el daño respiratorio del virus con las partículas contaminantes existentes en 3.080 condados de Estados Unidos y con la posibilidad de que estos mismos aerosoles también hayan servido para su propagación. Otro estudio realizado en Alemania, en la Universidad Lutero, se ha fijado en los gases contaminantes de nitrógeno, y ha establecido una relación entre la mortandad del virus y las zonas industriales del norte de Italia, Madrid, Barcelona y dos grandes urbes chinas.

Son estudios que todavía no son concluyentes, porque establecen relaciones que no tienen por qué ser causales, aunque ya de antes conocíamos con absoluta certeza que la contaminación por partículas y gases del nitrógeno provocaban muertes por deterioro respiratorio y cardiovascular, cuando no por algunos tipos de cáncer. Pero, con independencia de todo esto, de lo que no cabe duda, ahora que el cielo se ha despejado, es de que vivíamos en una inmundicia caliente provocada por la carbonización del transporte.

Del mismo modo que hemos avanzado 15 años en la implantación del teletrabajo, habría que tomar nota de cómo son ahora nuestras ciudades para que tendamos a recuperarlas, para dejar confirmado para la eternidad que un río debería ser un río, con sus árboles y sus pájaros, que un parque no es un aparcamiento donde se plantan tres pobres troncos de madera y que si debajo del adoquín no está la plata, sí es cierto que arriba el cielo es azul.

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