Aznar predica

Lo que sí sé es que Rajoy no se conducirá con la deslealtad de su antecesor

No hace falta dedicarse a la alta política para saber que una cosa es predicar y otra, muy diferente, dar trigo. Los discursos de nuestros dirigentes -este no es un mal español y se halla muy extendido- cambian radicalmente en segundos, dependiendo de si se encuentran en el poder o en la oposición, de si aspiran a un cargo o han sido despojados de la púrpura o de si pretenden seguir en política o han decidido abandonarla. En la oposición triunfan el idealismo y los principios, en el gobierno el pragmatismo. En el cargo lo habitual es el silencio ante los errores, sin sillón es frecuente la crítica a quienes han sido compañeros de viaje. Con aspiraciones futuras no es infrecuente el auxilio entusiasta a quien manda -el mismo al que se despelleja el día que el poder se esfuma- y sin aspiraciones, o con estas aspiraciones frustradas, es fácil que el espíritu crítico florezca.

José María Aznar es probablemente uno de los mejores ejemplos de todo lo anterior. Logró de modo titánico expulsar del gobierno al socialismo felipista gracias a un discurso de regeneración, afilado contra la corrupción y de crítica a los chantajes nacionalistas, pero, aparte de su dudosa capacidad para la selección de personal (a Matas, Zaplana o Rato no los eligió nadie más que él) no dudó en cortar las cabezas del PP catalán cuando así se le pidió, en desplegar miles de mossos por toda Cataluña así como en cederles numerosas competencias o en claudicar ante la dictadura lingüística de la inmersión en las escuelas, de lo que puedo dar fe en primera persona. Idealista primero, práctico después.

La última -seguramente penúltima- aportación de Aznar al debate la constituye la publicación de una obra de pensamiento en la que, lejos de cualquier autocrítica, censura gravemente el balance político de los gobiernos de Rajoy, además de despachar con un despectivo "por distintas razones, las cosas han mejorado" la exitosa y dura gestión económica desarrollada estos años. Sin más aspiración que reivindicar su persona, la alta consideración que tiene de sí mismo le lleva a cometer una injusticia histórica contra Rajoy que, confío, sólo los más incondicionales suscribirán. ¿Asume alguna culpa del desmadre catalán?

No sé si Aznar será el faro ideológico que alumbre la nueva singladura del PP, aunque me gustaría pensar que no. Lo que sí sé es que Rajoy no se conducirá con la deslealtad de su antecesor, y me gustaría pensar que quienes hoy mandan en el partido y, al menos aparentemente, apoyaban sus políticas reivindiquen su figura y su legado frente a ataques injustificables en lo ético e injustos en lo político.

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