Ha sido una semana de gloria para los populistas patrios y extranjeros. En la salud y en la enfermedad, los demagogos de toda laya siempre buscan la luz de las candilejas. Algunos con la poca vergüenza de Trump con las legislativas americanas: "Si ganamos será gracias a mí y si perdemos no será mi culpa". Hay que tener desahogo. El magnate neoyorkino amenaza con el anuncio el martes de una nueva candidatura a la Presidencia. La deriva antidemocrática norteamericana es perniciosa para su país y para todo el planeta. Estados Unidos es un prescriptor mundial.

Aquí en España, sin ir más lejos, Isabel Díaz Ayuso dio un recital de populismo salvaje el lunes en la televisión de Berlusconi. Con los ojos mirando al vacío, para recitar una lección aprendida, dijo barbaridades intolerables. Hubo dos ideas en sus delirios con Ana Rosa Quintana. Primero, España es una dictadura como la de Nicaragua en la que el Gobierno quiere meter en la cárcel a la oposición. Pedro Sánchez es el Le Pen de la izquierda europea, al frente de un gobierno autoritario que quiere derrocar al rey y, como en las dictaduras, matar a la oposición. (La noticia es que no le hicieron un control antidoping a la salida).

La segunda parte del pensamiento de Ayuso conecta con el procesismo catalán. Es un discurso supremacista madrileño que mira por encima del hombro al resto de España. Incluso señala a Andalucía y otras autonomías: sostiene que Madrid no es una región subvencionada, sino al revés, que la caja común de los servicios públicos de doce comunidades autónomas la pagan los madrileños. De esto al "España nos roba" no hay más que un paso. Y añade con énfasis que la sede de la Agencia Aeroespacial Española y la Agencia de Supervisión de la Inteligencia Artificial deben estar en la Comunidad de Madrid, que para eso es la capital de toda España. Eso de que Madrid sea la madre incontestable de todas las capitales y los demás a callar, debería haber sido contestado por el nacionalismo de pitiminí que se construye en San Telmo. Pero ni Moreno ni ninguno de sus adláteres se han atrevido.

Para completar el cuadro del populismo irredento, el jefe en ejercicio de Podemos, Pablo Iglesias, ha hecho una pausa en su guerra contra Yolanda Díaz, para hacer un ejercicio muy trumpista: acusar a la prensa de ser el principal foco de corrupción del país. Ahí queda eso. La presentación de un libro en Sevilla le sirvió para desplegar un catálogo de rencores. En el capítulo anterior de sus permanentes invectivas públicas había llamado estúpida a la vicepresidenta Díaz, por pensar que podía ir por libre. Y le había exigido respeto para la militancia de Podemos. Respeto que él no le tuvo a esa misma militancia, cuando sin consultar a nadie la señaló con su infalible dedo como su sucesora. Ahora se queja como un césar burlado. Desde la extrema derecha a la extrema izquierda, los populismos asustan.

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