El referéndum, o lo que sea, se ha celebrado, a trancas y barrancas, sin ninguna garantía, en ausencia plena de marco legal, sin sujeción al más mínimo principio democrático formal, pero ahí está. El Estado y la Generalitat han peleado desde sus propias líneas de defensa. El gobierno catalán, plenamente ilegítimo, situado ya en un contexto revolucionario, ha articulado un mecanismo con el que ha pretendido otorgar un viso de heroísmo en la votación: Catalán, claman, vota como puedas, donde puedas, como te dé la gana, pero vota, porque el gobierno del estado opresor no te lo puede impedir, porque no habría colegios, y hay, no habría papeletas, y hay, porque no habría urnas, y hay. Aunque todo sea tan esperpéntico como parece, con colegios ocupados antes en fiestas fraudulentas, con papeletas impresas en las fotocopiadoras de cualquiera, sin sobres que las igualen y protejan, sin un censo verificable del que no se es titular ni se puede comprobar, en unas urnas opacas que aparecieron de la nada. Da igual, si no se puede, que parezca que se hace, aunque sea a mano alzada. Da igual la participación y el resultado: importa la imagen, la foto, las colas, el ejercicio impostado de democracia. Importa tener la excusa.

El cuerpo policial catalán ha incumplido las órdenes recibidas, emanadas con corrección desde la autoridad legítima del Estado constitucional y, por tanto, las fuerzas de Seguridad del Estado, destacadas en Cataluña, tenían que intervenir. Sin más. Ese enfrentamiento de cuerpos, uno incumpliendo y otros cumpliendo, era también algo buscado por los dirigentes independentistas. Si la intervención provocada supera la frontera de la desobediencia hacia la sedición, o incluso a la rebelión, es algo que deberán determinar los tribunales. La repercusión judicial de las actuaciones de ayer deberá valorarse en los días sucesivos pero el resultado político no favorece a la unidad del Estado, porque el desafío y, en cierta manera, la audacia, o cuanto menos la picardía, de los dirigentes secesionistas ha conseguido exportar cientos de imágenes de gente que quería votar, en las condiciones que fuera, con policía que lo impide. Han metido varios goles a Madrid.

La aplicación del artículo 155 de la Constitución es imprescindible, aunque el prisma represor que tendrá ahora es mayor que si hubiera sido ejercido desde la concreción normativa del referéndum ilegal hace un par de semanas. Sus consecuencias políticas son más impredecibles hoy que ayer porque sobre la mesa hay algo que antes no había: votos. Irregulares, ilegales, sin garantías, pero votos. Y han dicho adiós. Costará mucho más decirles que no lo han dicho. Porque lo han dicho. Fractura completa. Abierta. A la luz de todo el mundo. Lo que querían. Y lo que hemos consentido.

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