En el tejado

F.J. Cantador

fcantador@eldiadecordoba.com

¡Ay pena, penita, pena!

Que Beatles, ni Beatles, Lola Flores le da cien mil vueltas a esos ingleses en el mundo de la música. Ella sí que es grande". A un entonces adolescente enamorado en esa época de los cuatro de Liverpool -el mismo que suscribe- esas palabras le sonaron poco menos que a blasfemia, palabras pronunciadas por quien casi sin proponérselo fue una alumna aventajada de La Faraona en muchos aspectos de su vida. Como la cantante, bailaora y actriz nacida en Jerez de la Frontera, se llamaba Dolores, pero ella no era gaditana, sino de la zona Norte de Córdoba; tampoco su primer apellido era Flores, sino García. Como "la Lola" -como ella la llamaba-, Dolores fue una mujer hecha a sí misma después de que se viera obligada a sortear los tiempos duros de su infancia y juventud. Una mujer con un par y muy buen puestos capaz de dirigir con mucha elegancia -en un entonces mundo de hombres- el bar familiar, un negocio que llegó a dominar con muchísima maestría no solo mientras Pepe, su marido, no estaba a su vera, a esa verita suya junto a la que siempre quiso él estar.

Dolores, con la ayuda de Pepe -quien muchas de las horas del día las pasaba trabajando en el campo- y la de sus dos hijos -el entonces adolescente Gabriel Ángel, al que llamaban Hillo, y su hermano José Luis- consiguió convertir ese bar de la calle El Prao en uno de los negocios de hostelería referentes de su pueblo. Lo consiguió con tanto arte como el que rebosaba "la Lola" cuando se movía por bulerías. Eran tiempos en los que muchos de los que pertenecían a su legión de clientes consumían, sobre todo, mucho vino fino; eso sí, siempre con un aperitivo marca de la casa que, elaborado con sus sabias y únicas recetas, invitaba a pedir otra copa de ese elixir que parecía en el local bendecido por el dios Baco, mientras se sucedían por los altavoces el Bienvenidos de Miguel Ríos y el Thriller de Michael Jackson, ambos discos en versión cinta de casette. Eran tiempos en los que el bar también se convertía en una especie de guardería de niños ya casi grandes en los momentos en los que los amigos de su hijo Hillo -casi todos vecinos de su calle, Hernán Cortés, y de la calle de al lado, Conde don Alonso- llegaban en manada para ver en la televisión -a modo de cineclub con el pequeño de los Pizarro García- Mazinger Z, cualquier película que pusieran los sábados por la tarde o cualquier partido de fútbol; o para echar un rato de adolescencia con un Monopoly de fabricación casera en el que las calles en venta eran las del pueblo. Eran tiempos de partidas de dominó -que parecían de ajedrez- entre los entonces jóvenes campeones mundiales del seis doble amigos de José Luis. Eran tiempos que no se olvidan, tiempos que tuvieron como protagonista a esa mujer, Dolores, quien como La Faraona se ha marchado dejando en quien la recuerda mucha pena, penita, pena.

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