Monticello

Víctor J. Vázquez

vvazquez@us.es

Ateos

El problema del joven Sapiens no será la religión del Estado, sino la que impongan los que juegan a crear un metaverso

Cuenta Tolstói en su Confesión que, tras una vida venciendo la tentación del suicidio, su desamparo existencial halló tregua cuando asumió que para poder vivir era indispensable creer. La neurociencia, con los años, ha corroborado la intuición del ruso, demostrando que nuestra arquitectura cerebral está predispuesta para la fe, y que ésta nos hace la vida más placentera. Ha sido así una ventaja evolutiva para nuestra especie, la capacidad para la abstracción mental, para construir ficciones que ofrezcan respuesta última a la existencia. Estudios recientes corroboran también la idea machadiana de que el hombre que habla sólo aspira a hablarle a Dios, pues parece ser que soliloquio y oración comparten una misma área cerebral. Estamos, en definitiva, biológicamente predispuestos para la idea de Dios, de tal forma que ser ateo requiere coraje vital. En cualquier caso, como recuerda Ortega, el ateo cree que no cree. Sé ateo, pero no agnóstico, que es una horterada y un coñazo, me ordenó el orteguiano padre Jubera en un viaje escolar a Roma. Y es que el ateísmo, en la tradición católica, es un socio dialéctico e implica, desde luego, un sentido estético de la vida. El ateísmo católico de Pasolini o Buñuel bebe de la rabia íntima contra la gracia de Dios, del mismo modo que la iconoclasia o la blasfemia implican familiaridad con lo divino. Esa confianza no en Dios sino con Dios, tan andaluza y barroca. Buena parte del quijotismo patrio en este ámbito del ser bien podría resumirse así en la disyuntiva entre ser comunista hasta la muerte, pero ni un paso más, a la manera del católico Bergamín; o asumir, como Buñuel, que sin la nada no hay dignidad en dicho trance.

En cualquier caso, el problema político de la religión es la verdad. Tan inherente al ser es la religión como a ésta el dogmatismo, y la pluralidad de dogmas, es conocido, dio lugar a una conciencia bélica de la vida, a la guerra de todos contra todos. Es así el más claro origen de la modernidad política negar al poder político la posibilidad del acto religioso. Afirmar, aquí sí, su agnosticismo. Ahora bien, me temo que el gran problema futuro para el joven Sapiens ya no será la religión del Estado, sino la que quieran imponer aquellos que hoy, a la manera de Dios, juegan a crear un nuevo mundo virtual, un metaverso, donde vivamos bajo su omnisciencia y omnipotencia. Tarea del ateísmo será oponerse a la imagen y semejanza que nos impongan estos cretinos.

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