Baile. Como cada cual quiera, pero baile. Días de feria y fiesta en media Andalucía, loca por salir a la calle, y con los que quieren contar de paseo, de visita, de presencia y, claro, bailando. La pretensión de que pongan tu música es demasiado alta. A unos, les pongan lo que les pongan, les cae bien y a otros, ni poniendo algo que se parezca a lo propio, los sacan a bailar.

Fuentes solventes de cada campaña apuntan una diferencia brutal de actos de unos candidatos y otros. Me cuentan que el candidato socialista tiene una agenda apretada con varios lugares cada día y una exigente mochila de kilómetros. En cambio, el candidato popular realiza un acto o dos por día. Lo que me sorprende es que, si tal cosa es cierta y Espadas se carga la carretera y Juanma Moreno va de más tranquilo, se percibe justo lo contrario.

Algo no debe estar funcionando bien en las entrañas de las maquinarias de los aspirantes, si el efecto multiplicador de la presencia de los candidatos no da frutos: o se eligen mal los sitios y los momentos o, lo que es peor, qué más da. Si están tocados por lo primero, aunque los milagros no existan, pueden esprintar. Si están en lo segundo, mal asunto: curvones que pueden llegar hasta Madrid, pasando por un chorro de capitales, ciudades medias, pueblos grandes y medianos, y diputaciones. Si es el qué más da, igual cambia el ciclo, compatriotas. Esto por arriba.

Y esto por todos sitios. Si las urnas se pusieran con farolillos, veríamos concentradas en la misma caseta un montón de personas para divertirse y festejar, convocadas y expectantes, y veríamos también a los que quieren que se sepa que están. Las casetas son un microcosmos de lo nuestro. Está el tipo seguro, en el centro de la caseta, controlando. Está el tranquilo, pero incómodo; en la caseta, sí, pero desubicado.

Está el otro, que tiene ganas de feria y se arranca a bailar, pero termina solateras. Está también una, vestida de casi todo, haciéndose notar en una esquina, bullanguera. Hay alguna que no baila, mira al resto y se aparta más a la entrada que a la bulla, como si esta caseta no fuera la suya. Y hay quien ha estado en la caseta, con la otra de la entrada, y ahora ni puede entrar. Como la gente se divierte, de vez en cuando, los ven, pero no escuchan lo que dicen, que dicen poco, porque además lo que cuentan solo llega a los de muy cerca. Los que van para ser vistos se conforman con eso: con que los vean. Campaña de caseta: ni una idea al aire, solo escaparate de sensaciones.

Me quedan dos artículos de esta serie, tres semanas y una jornada electoral para ver qué pasa. Si sigue sin pasar nada, cuidado, que las sensaciones salen caras, porque si la gente no escucha ideas, solo compra emociones. Si ese es el juego, conviene no perder de vista que un futuro parlamento emocional no es lo mismo que un parlamento emocionante. Ideas, campeones, propuestas. Cabeza más que tripa, que la feria no es eterna.

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