La esquina
José Aguilar
Tragedia total, miseria política
La esquina
Las negociaciones de los enviados de Pedro Sánchez con Carles Puigdemont estuvieron marcadas desde el primer momento por la desigualdad. Desiguales bazas y desigual actitud. Uno estaba dispuesto a cualquier cosa porque necesitaba como el comer –como el mandar, si quieren– los siete escaños para continuar en Moncloa. Otro no tenía nada que perder y por eso consiguió todo lo que quiso. Vio tan necesitado al primero que lo exprimió a fondo.
¿Qué sacó Sánchez a cambio de concederle a Puigdemont una ley de amnistía elaborada a su gusto, la humillación del Estado democrático obligado a asumir que no hubo delito en el golpe de 2017 –ni en sus antecedentes desde 2012–, que se equivocó al aplicar las leyes de la democracia en un conflicto que tenía que haber sido afrontado desde la negociación política, que los jueces persiguieron las ideas independentistas y que la Ley no es igual para todos (aparte de pactar con delincuentes el perdón de sus faltas)? Exclusivamente siete votos en el Congreso.
Aún hay algo peor: son siete votos para la investidura de Pedro Sánchez. Exclusivamente. No hubo ni por parte de Junts ni por parte de ERC el menor compromiso de respaldar al Gobierno más allá de la propia ceremonia de investidura. Ni leyes, ni presupuestos, ni medidas sociales: todo es negociable. No hay pacto de legislatura. El mandato de Pedro Sánchez no es hoy más estable y sólido que antes de la amnistía. Porque el precio de los siete votos no está cerrado. Se fijará sobre la marcha. Una vez conquistada la amnistía –si los jueces no la estropean a corto plazo–, vamos a por la financiación especial para Cataluña y a por el referéndum de autodeterminación, que, como la amnistía, también es ilegal y ajeno a la Constitución, lo que hace temer que termine celebrándose. Pactado, eso sí, aunque tampoco es que los secesionistas se hayan molestado en comprometerse a no hacerlo en plan unilateral. Habría sido una contrapartida mínimamente justa a la amnistía y el perdón. Pues ni eso...
De modo que la amnistía ni siquiera es tan grave por sí misma como misil de precisión contra la fortaleza del sistema democrático español cuanto por las formas con las que se ha negociado y por el precio inacabablemente tendente al alza que se está pagando por ella. Bastará que en las elecciones europeas el PP no logre una abultada victoria para que el amnistiador continúe pagando como si nada. Seguimos para bingo.
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