Amazing Grace es un conocido espiritual negro de Estados Unidos. En realidad, fue compuesto mucho antes en Gran Bretaña, curiosamente por un tipo, Newton, que antes de ser clérigo se dedicó fervientemente al mercado de esclavos. El himno cruzó el charco y se popularizó en el siglo XIX en América, y desde 1960, más o menos, se alineó en los coros negros que lloraban y festejaban la lucha por los derechos civiles. El presidente Obama la entonó sorprendiendo al personal desde un atril metodista durante su segundo mandato. El espiritual reza que sirve para hacer ver al que no lo hacía, para encontrarse al que se perdió, a no temer, a tener esperanza.

Luego llegó él. Hail to the Chief. Escribí que no lo nombraría más, porque esperaba que solo le quedase un minúsculo agujero en las páginas de historia, donde suponga la desagradable pátina de mierda que las maquinarias precisan a veces para funcionar. No es solo lo que ha hecho durante la semana pasada, estertor último (cabe esperar) de la desesperación irresponsable de un cobarde perdedor, dirigiendo a la masa que lo apoya hacia el Capitolio, hacia la insurrección y hacia la vergüenza. No es solo eso: es todo su mandato, vertebrado por la mentira, la rabia, la sinrazón y el miedo. El peor mandatario de la historia de Estados Unidos se ha ganado a pulso su expulsión legal y, aunque espero que todo el peso de la ley caiga sobre él inmediatamente para que no pueda protagonizar ningún regreso ni ejercer influencia alguna, el tiempo dará cuenta de sus restos en los tribunales. El asalto que instigó lo ubica en la historia de la infamia.

Las caras de los asaltantes al Capitolio, la dureza de sus molleras, la hilarante imagen que disfrazó su odio con pieles de bisonte, cámaras anti-gas, trajes militares y gorras MAGA, los muertos (pocos, para los que pudieron ser), la aceptación de acudir (ciegos, perdidos) a la llamada del "jefe", comandante solo de su propio interés (espoleando a la turba estúpida y violenta antes y renegando de ella después), interpela a los demócratas en todo el mundo libre y, especialmente, a los republicanos estadounidenses, cuyo apoyo durante estos cuatro años y cuyo silencio casi hasta el final son ignominiosos. Se les espera, y se les necesita, en la reconstrucción.

Los demócratas estamos llamados a cuidar la clave que protege la democracia para preservarla a pesar de su fragilidad, expuesta a las veleidades de un loco que guía a unos violentos en cualquier esquina; tenemos que ser conscientes de que el desafío no es ocultarla y presumir de lo que no tenemos, sino reconocerla y fabricar desde ahí una robusta fragilidad, aquilatada por la voluntad férrea de que una persona al mando no sea más importante que el cargo.

Lo que vimos permanecerá. Los caudillos de pacotilla que ofrecen grandeza y luz solo traen oscuridad e irrelevancia.

Y a ti, pequeño perdedor imbécil coloreado, Jail to the Chief!

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