La ciudad y los días

Carlos Colón

ccolon@grupojoly.com

Alfonso Lazo

El nuevo académico resaltó la vital importancia de la lectura y los ritos "cuando amenaza la barbarie"

Hay profesores de mis años universitarios, no muchos, de los que guardo muy buen recuerdo. Enrique Valdivieso, que fue algo parecido a una ventana abierta para orear la enmohecida atmósfera del Laboratorio de Historia del Arte. Patricio Peñalver, que abarrotaba el aula magna con sus clases de filosofía. Rogelio Reyes, cuyo curso sobre Bécquer fue iniciático e iluminador. Jesús Arellano, que saltaba con sabiduría del tomismo al marxismo y el existencialismo para confusión de quienes lo menospreciaban por ser del Opus. Enrique Sánchez Pedrote, en cuyo remoto despacho -el palomar le llamaban- sonaban Turina, Erik Satie y Scott Joplin, y se arriesgó a dirigir las primeras tesinas y tesis doctorales que en la Universidad se leyeron sobre cine y música de cine, entre ellas las mías dedicadas a Nino Rota y Fellini. Y Alfonso Lazo.

Nunca me perdí -yo, que tantas solía apiolarme- sus clases de Historia Universal en los viejos comunes de las antiguas carreras de cinco años, antes de que el Plan Bolonia arrasara la Universidad y acosara las Humanidades. Nunca he olvidado sus clases sobre la Revolución Industrial -que, con gran contento del dickensiano que ya era entonces, ilustró con pasajes de Tiempos difíciles- y la Revolución Francesa. Los inicios de mi decente biblioteca de historia se deben a él: me compraba todos los libros que recomendaba: los primeros, los tomos de La Civilisation et la Révolution française de Albert Soboul que el recordado André Duval me trajo de Francia a su librería Montparnasse. También me descubrió a los gigantes Bloch y Lefebvre y la Escuela de los Anales. Rigor y pasión hacían de sus clases un espectáculo de inteligencia. Cuando fui profesor procuré serle fiel. No hace falta decir que sin lograr alcanzarlo. Pero para eso sirven los modelos de excelencia: para hacernos dar lo mejor de nosotros mismos hasta donde seamos capaces de hacerlo.

El pasado domingo Alfonso Lazo -que prestigia al Grupo Joly con su firma- ingresó en la Real Academia Sevillana de Buenas Letras con un discurso titulado Lectores de libros y núcleos civilizatorios, al que contestó José Antonio Gómez Marín, del que la compañera Cristina Valdivieso daba noticia el pasado domingo. Me quedo con dos ideas: la "vital importancia" de la lectura y la conservación de los ritos y rituales para la supervivencia de los pueblos "cuando amenaza la barbarie". Oportuno. Necesario.

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