Cerramos semana, mes, temporada. El fin del curso más complejo, el fin del curso más duro. Estrenamos vacaciones extrañas e inciertas, moviéndonos entre el miedo y la necesidad de regenerar entusiasmo, entre la prudencia y la necesidad de descansar. Más que improbable parece desconectar. Para muchos esta última semana es, cada año, temporada alta de estrés. Plazos inminentes, tareas que terminar, asuntos que cerrar. El 31 de julio se acaba el mundo, o con esa sensación lo vivimos algunos y así, los días que preceden esa fecha, se rigen por otro ritmo y otra intensidad.

Esa ha sido la dinámica de estos días, pero nuestros dispositivos no han parado y sin cesar, puntual y continuamente, nos han notificado alertas con los titulares y las noticias más destacadas.

Rebrotes y datos preocupantes, cifras que empeoran, precauciones a extremar o medidas a implantar. Remodelación del gobierno municipal, ediles reforzadas, otros silenciados, grupos invisibilizados -no todo es noticiable-. Mensajes que intercalaban algunos titulares que rozaban lo surrealista tanto, que incluso en esta semana de agobios, angustias y muchas prisas, algunos de ellos nos hicieron parar, comentar, reír o indignarnos. Que el espectáculo de luz y sonido de Navidad se amplía, que no sabemos qué hacer con el ocio de estos días pero que el Ayuntamiento ha dado los primeros pasos para contratar luces más allá del recorrido prepandémico. Tranquilizadora gestión.

No pude evitar pensar en aquellos jóvenes invulnerables de la semana pasada, a los que hemos cargado con gran parte de la culpa de los contagios, cuando me dediqué, inevitablemente de manera detenida a la alerta que me contaba que el alcalde prohíbe el botellón pero que los peroles están permitidos. Lo del Perol cordobés versus botellón de Lourdes Chaparro y los curiosos criterios esgrimidos por Bellido para definir y delimitar. Tradición y juventud. El Arenal frente a la Explanada. La alerta me llevó a imaginarme a esos jóvenes ocurrentes preparando el avituallamiento de las quedadas como si a Los Villares se dirigiesen, convencida de que entre el sofrito y el kilo de SOS, encontrarán la manera de sortear los cuestionables detalles de las medidas acordadas. Que la actividad tradicional se tiene que permitir, dice el alcalde. Que, pese a que para Bellido no son comparables, los que hemos hecho botellón y peroles, encontramos muchas similitudes, casi hasta la tradición.

Escribo estas líneas con Miliki de fondo, a ritmo de cuchará y paso atrás. Les dejo por unas semanas, estaré menos alerta a las alertas y más a Georgie Dann. Nos leemos a la vuelta. Descansen, cuídense y recarguen ilusión, la necesitaremos.

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