En tránsito
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NO se ha reparado suficiente en el atentado que sufrió el domingo Patxi López. Nadie le puso una bomba, nadie le disparó, y por eso no ha sido noticia. En Euskadi, pase lo que pase, si no te ponen una bomba ni te pegan un tiro se ha vuelto difícil ser noticia. Esto se ha visto bien con Emilio Gutiérrez, el heroico tío de la maza: cuando le arrasaron su casa la cosa se vio poco, y casi fue preciso una contraguerrilla tabernaria para que su noticia nos llegara, ya convertida en drama y en un posible exilio. Pues bien, el domingo Patxi López sufrió un atentado cuando fue a votar, una de esas agresiones a las que ya se nos acostumbran la retina y el tímpano, uno de esos cachondeos vergonzantes consecuencia de una lectura escasa de la Constitución, de una incomprensión de la materia interna de la norma primigenia por parte de las fuerzas de orden público y, especialmente, por parte de quienes las dirigen vergonzosamente. Así, como se vio, cuando el candidato del PSOE fue a votar se encontró con un grupo bastante enmarañado, frondoso y excesivo de gentes que le gritaban, que le imprecaban más bien, que le amenazaban casi abiertamente, que le impedían votar con su hálito violento mal medido. Ésta, claro, es la democracia según ellos: yo tengo libertad para votar, para manifestarme, y hasta para arrasar el patio ajeno, pero los que opinan distinto no la tienen, no pueden tenerla, y para eso voy yo, para impedir el ejercicio de cualquier derecho que no sea el mío propio, especialmente si la opinión en sí es opuesta a la mía.
Es la vieja estrategia de callar al contrario, de amedrentarlo siempre, de hacer una fortuna de su miedo. Esto, claro, sin una laxitud de las fuerzas de orden público, la Ertzaintza en este caso, no sería nunca posible. La policía autónoma vasca acudió al rescate del político, quizá en peligro físico a tenor de lo visto en las imágenes, y formó un doble cordón, haciendo un pasillo humano, para que Patxi López pudiera recorrer el peligroso trayecto desde la puerta del colegio electoral hasta la urna, introducir el voto y retirarse. Alguien pensará que ya es bastante que hasta acuda la Ertzaintza a socorrerlo, pero no entiendo bien por qué la Ertzaintza hizo un pasillo humano en vez de sacar de allí, uno por uno, a todos estos salvajes del insulto y la provocación, y detenerlos por alteración del orden público, por delito de injurias y coacción. Porque en una jornada electoral, vote uno lo que vote, lo último es tener que soportar semejante jauría gritándote al oído, zarandeándote incluso, impidiendo tu voto y corrompiendo todo nuestro sistema democrático. Da igual los principios que defiendan, es un atentado más contra el Estado de Derecho.
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