Nadie, salvo aquel con sobredosis de indiscreción, pregunta a quien acaba de conocer a qué partido vota. Por impertinente, por insolente y por lo tremendamente invasivo que resultaría. La gente se conoce, se descubre, se escucha, se aporta y se confronta. Se conecta o se desconecta. El voto no es lo primordial ni es lo que nos define, ni siquiera a militantes o a simpatizantes. Elegimos entorno por otras afinidades y solo es a partir de un momento de nuestra vida cuando empezamos a elegir.

De momento, los amigos de mis hijas son los hijos de los míos, los del cole y los que comparten actividades con ellas. Su elección, en todo caso y de momento, se rige por criterios sano; los que saben jugar a esconder, los que más corren, los que prefieren pintar o los que han visto todas las de Harry Potter, el resto de parámetros les resultan del todo prescindibles, no hay más criterios a computar. Así lo hacen ellas y así de sano lo hicimos en algún momento también nosotros.

Muchos, por fortuna, seguimos teniendo cerca a esos que llegaron a nuestra vida por esas coincidencias espacio temporales, por azar, casualidades varias o baremos sanos. Lejos de selección y criterio racional o maduro. Los queremos porque son ellos y están ahí desde siempre, sin más. Si llegasen hoy, es más que improbable que se quedasen. Ciertamente la vida, los años y las experiencias diluyen o fortalecen uniones y hacen que unos, y no otros, permanezcan a nuestro lado.

Me apasiona el recurrente debate sobre si una pareja debe votar al mismo partido, si el ideario en casa necesariamente debe ser único o si en equipo, caben también las diferencias. Si las visiones distintas y opiniones diversas, en el día a día, suman o restan. Si la ideología se traduce en algo más, si se concreta en valores y lo abarca todo, configurando nuestra cotidianeidad. O si el sentido del humor, la inteligencia, las inquietudes o la sensibilidad es lo esencial y está muy por encima de lo que suena a política y, al final, es la actitud vital la que configura de manera mucho más determinante la afinidad.

Yo fluctúo en opinión pero me encanta el debate, así que cuando se pueda, en bares o en casa, con más de cuatro y de seis, convoquemos a nuestros diversos amigos, brindemos por la amistad y los afectos y, por supuesto, por todos los brindis pospuestos. Abramos el turno de palabra y escuchemos a nuestros brillantes dispares a los que queremos.

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