Afectos

En los círculos del poder, nadie habla de las familias, ni mucho menos de los afectos o del amor

Hace unos días, la joven escritora Ana Iris Simón dio un discurso ante Pedro Sánchez con motivo de los actos de presentación de la Agenda 2050. El discurso de Ana Iris Simón (la buena Simón, no el pobre pelele de Fernando Simón) ha tenido una insólita repercusión por varias razones. La primera es que la escritora no ha hecho lo que suelen hacer -mejor dicho, lo que solemos hacer- los escritores cuando participamos en un acto convocado por el poder, es decir, soltar cuatro vaguedades que suenen lo convenientemente rebeldes y lo convenientemente protocolarias para complacer a todo el mundo. Pues no. Ana Iris Simón, en un acto de inusitada valentía, se ha atrevido a decir cosas que nadie dice en los discursos oficiales, sobre todo entre la izquierda que ocupa el poder (y en el mundo de la cultura sólo existe un poder absoluto, y es el poder omnímodo de la izquierda). Porque Ana Iris Simón ha defendido a las familias. Y a las mujeres que quieren ser madres. Y ha defendido los lazos del afecto entre varias generaciones de abuelos, padres e hijos. Y encima ha criticado la precariedad laboral y la subsistencia en los límites de la pobreza en la que hoy malviven muchos jóvenes como ella.

Por supuesto, este discurso ha caído como un jarro de agua fría. El poder no está acostumbrado a que alguien use un lenguaje distinto que no sea el típico engrudo léxico formado por frases hechas y retórica tontorrona. Y nadie, en los círculos del poder, habla de las familias, ni mucho menos de los afectos o del amor. Todo eso suena a pasado polvoriento que hay que olvidar como sea. Al poder, en su vertiente neoliberal, le gusta tratarnos como máquinas sin alma que deben aceptar a todas horas las imposiciones del mercado (que nos obliga a trabajar ajustándonos a los ritmos demenciales de un algoritmo). Y al poder, en su vertiente progresista -la de Pedro Sánchez-, sólo le interesa considerarnos súbditos que deben aceptar sin rechistar que el Estado les organice la vida y piense por ellos y les dé una ayuda económica a cambio del silencio y de la obediencia ciega (un poco como ocurría en el régimen soviético). No hay más. Ni amor, ni afectos, ni familias, ni pamplinas. Nada más.

Pero he aquí que el discurso de Ana Iris Simón contradice estas dos visiones de la vida. Y habla del afecto. Y del amor entre padres e hijos. Y de las familias. Lo nunca visto.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios