¡Oh, Fabio!

Luis Sánchez-Moliní

lmolini@grupojoly.com

Adiós muchachos

Como buen centroamericano, Sergio Ramírez era un hombre muy formal, tanto en el vestir como en el hablar

A Sergio Ramírez lo entrevisté en 1998, en el antiguo bar del Hotel Colón de Sevilla. Había ganado el Premio Alfaguara de Novela con su novela Margarita, está linda la mar, y realizaba una de esas agotadoras giras de promoción de la mano de una empleada de la editorial mezcla de sargento legionario y bruja de la escoba. Al pobre de Eliseo Alberto, que también había ganado el galardón con su novelón Caracol Beach, lo traía por el camino de la amargura con su disciplina fría y su acento de goda. El nicaragüense Sergio Ramírez aguantaba mejor el tipo. Él, como buen centroamericano y socialdemócrata, era muy formal, tanto en el vestir como en el hablar. Un señor amable que sabía que tenía que cumplir y que lo hacía de una manera pulcra y profesional. El cubano Eliseo Alberto, sin embargo, dio una lata espantosa y casi le suplicaba a mi sargento que le librase de la pesadilla de los periodistas (él mismo lo era y sabía de lo que hablaba) y le dejase disfrutar "del trago y de esta ciudad con hembras tan hermosas". Ni que decir tiene que aquel plumilla que fui salió fascinado con Eliseo Alberto, con sus modales y vestir desastrados y su oda a la vida alegre y caribeña. Cosas de la edad.

Ni me acuerdo de lo que iba Margarita, está linda la mar; quizás algo sobre los Somoza. Esta mañana, cuando he ido a buscarla, no la he encontrado. Probablemente le di matarile en alguna mudanza. El libro que sí apareció fue Adiós muchachos, sus memorias sobre la revolución sandinista, con la que Sergio Ramírez llegó a ser vicepresidente del gobierno comandado por el sátrapa Daniel Ortega, el mismo que hoy le ha obligado a un nuevo exilio europeo. Es un apasionante relato sobre la esperanza y el desencanto, el idealismo y la traición, sobre el camino que le llevó de ser un revolucionario selvático a un socialdemócrata cuyo modelo supremo era Felipe González, político que por entonces encandilaba a buena parte de la clase política de América del Sur, incluyendo a Mario Vargas Llosa.

Adiós muchachoses una elegía por todos los sueños juveniles rotos, pero también una celebración de lo vivido. El mismo Ramírez cuenta como, en un momento dado, tuvo que elegir entre disfrutar en Alemania de una generosa beca o quedarse en Centroamérica y sus mosquitos a luchar por lo que creía. Eligió lo segundo y nunca se arrepintió, porque de todos los caminos posibles, es el de la aventura el más noble y feliz, como nos enseñó nuestro señor don Quijote. Incluso cuando uno acaba manteado.

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