Fuera de cobertura

Elena Medel

Aceptamos 'barco'

EL limón y el limonero, la jara y el sedal, la salsa brava con las patatas: asociaciones escudadas en la lógica. Una orquesta y su auditorio, por ejemplo, igual que una compañía de teatro y el apoyo de la red de teatros -no se rían- de su ciudad, o igual que un teatro único y su actividad generalmente floja y generalmente esporádica. Pero centrémonos: una orquesta y su auditorio. Una orquesta -además- de prestigio, que incluso llegar a desdoblar sus conciertos para satisfacer a sus abonados, y que actúa y graba fuera, algo que en Córdoba es tradición minusvalorar, pero que rebosa mérito y da lustre. Una orquesta que ensaya en una buhardilla -¡qué bohemio!- y no dispone de taquillas para sus instrumentos, ni para el bolso o la chaqueta. Y que en el cierre de temporada, mientras el público accede al teatro, baja del escenario a la calle, y distribuye hojas con sus reivindicaciones.

La petición de un auditorio para la Orquesta de Córdoba suena tan antigua como otras relacionadas, siempre, con infraestructuras. Limitándonos al ámbito de la cultura, y dentro de él al de las artes escénicas -aceptemos barco y orquesta-, faltan teatros -con vocación independiente, que arriesguen lejos de rostros televisivos, que brinden oportunidades a los de aquí-, salas de conciertos y otros espacios que olvidaré por eso de no introducir el dedo en la llaga meneándolo para que el dolor aumente.

El fin de la decimosexta temporada de conciertos, y la certeza de que sus aspiraciones de disfrutar de sede -no ya propia, sino adecuada para la música- no pasan de algunas tiritas en el Gran Teatro, conmueve incluso a quienes no distinguimos entre Mozart y Cage. Porque sobrepasa los deseos de los músicos de la Orquesta de Córdoba y sus abonados, implicando a otras entidades musicales de la ciudad, y a intérpretes, y a compositores, y a aficionados a la música sin etiquetas, con derecho a cierta dignidad ya que pagan entrada.

Y porque una ciudad como Córdoba -al margen de títulos y fechas-, cuya población supera de forma holgada los trescientos mil habitantes, no debe permitirse semejante ingratitud con quienes exhiben nuestro nombre más allá de los límites de Despeñaperros.

Aunque ya sabemos: más vale Gran Teatro conocido que maqueta por conocer, y mejor una concha acústica a una rueda de prensa con edificio de cartón piedra.

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