La Solemnidad de Todos los Santos es fiesta nacional, tradición de siglos. Somos tradición y costumbre. Creamos cultura y transmitimos, generación a generación, nuestras formas de pensar y sentir, formas de actuar y comportarnos. Heredamos tradiciones. En estos días, siempre recuerdo con mi mejor amiga, cómo siendo muy pequeñas nos cruzábamos todos los años en el cementerio de San Rafael conscientes, sin necesidad de ninguna indicación, que no era momento de abrazos, aspavientos ni los saltitos de júbilo de otros encuentros.

Mi abuela, como muchas abuelas de antes, fue siempre de riguroso luto, no la recuerdo en otro color. Puntualmente hacía visitas al cementerio y se esmeraba en el ornato floral de tumbas y nichos de los suyos, limpieza concienzuda de piedra y mármol. Cuando los achaques, los años, y piernas y brazos empezaron a flaquear, pasó el testigo y la siguiente generación, la abuela de mis hijas, sin cuestionamiento, asumió la tarea. Intuyo que no compartía la necesidad pero ellos, los abuelos de ahora han evidenciado que van sobrados de respeto y cariño sin medida hacia todos.

Ahora, las abuelas de hoy han descubierto las Skechers y, con la jubilación, los paseos por el barrio a buen ritmo si la salud y la crianza de hijos de hijos se lo permite. Para ellos, el amor se impone a criterios propios, y al igual que, pese a ser la generación que nos trajo libertad y grandes dosis de modernidad, no cuestionaron a sus mayores sus tradiciones, ahora tampoco lo hacen a las calabazas tétricas de sus pequeños. A ellos, que tanto avanzaron pero tanto cuidaron y tanto cuidan, de repente les llega la abuelez y les arrollan las Frozen, los Tiktok, los SuperZing y hasta Halloween.

Seamos justos con ellos porque son ellos los que nos sostienen, los que nos apoyan y crían con nosotros, a ellos había que verlos el último día de cole llevando por la calle a sus minis Freddy Krueger, de la mano y orgullosos con fantasmas, brujas, muñecos diabólicos y vampiresas sangrantes; miradas cómplices en el semáforo con Frankesteins y hasta guardas del Calamar.

Podemos seguir discutiendo si cabe celebrar, si procede, o no, rendirse a una fiesta que no es nuestra, si no habría que reivindicar más el Tenorio y leer a Zorrilla por estos días. Si debiéramos defender más nuestras tradiciones para que otros, no nos impongan las suyas. Puede que a ellos les apetezcan más las gachas, los buñuelos o los huesos de santo, pero como en los paseos de hace años hasta el camposanto, el cariño a los suyos se impone ahora, en el paseo al cole, calabazas al brazo.

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