Nadie pensó llegar hasta aquí. En nuestras cábalas de amores cruzados y juegos de números entre clase y clase donde se establecía cuántos hijos ibas a tener, la inicial del hombre con el que te ibas a casar o la edad con la que lo harías, nadie ponía jamás la cifra de los 30. Se suponía, en todos los casos, que a esta edad que yo afronto, la de la tercera década, uno ya debía estar encaminado profesionalmente, postulándose para un ascenso y con el anillo en el dedo anular contando años. Nadie quiso adivinar, entre aquella infancia y adolescencia adormecida y fantasiosa, que el futuro sería algo muy distinto a todo aquello. Un territorio inexplorado en el que nada de lo que tenías planeado iba a funcionar. Ni boda, ni hijos, ni sueldo. Tampoco se podía dilucidar que la decisión a hacerlo sería siempre estrictamente profesional y no personal, como cabría esperar de una forma más o menos lógica. Sobre todo en el caso de ser mujer. Por una cuestión muy básica e indiscutible: la biología y la falta de tiempo.

El futuro no tenía nada que ver con despidos y planes que de un momento a otro se truncan. Con amores falsos, con infidelidades, con la supervivencia al estrés de los trabajos que se alargan hasta el fin de semana o con los sueldos que no llegan por mucho que las horas vitales se estiren.

Hace poco han despedido a una amiga a las puertas de su boda. De un día para otro y con las vacaciones del viaje de novios aprobadas. "Recortes", le han dicho tras darle las gracias por sus más de tres años en la empresa. En menos de un mes ha hecho tres entrevistas en las que ha tenido que quitarse el anillo de pedida y en las que ha tenido que sortear inteligentemente las preguntas sobre su futuro. "¿Dónde te ves dentro de cinco años?". Cuando esa pregunta se la hacen a una mujer de 30 ambas partes ya están pensando en las respuestas correctas. Pero no hay respuestas correctas cuando hablamos de la vida de alguien. De una persona que tiene familia, pareja y amigos fuera de los márgenes de una oficina. Cuando se le acaba el tiempo y tiene que dirimir entre varias opciones.

Y las opciones son las que son. En aquellos juegos infantiles faltaba realidad. La realidad de sobreponerse a cada contratiempo, de no dar más de lo necesario tal y como ellos hacen. La realidad de una tercera década que no se parecerá en nada a la de nuestros padres, por mucho que queramos emularla. La realidad de saber que pase lo que pase con este nuevo gobierno que se forja, nadie luchará por tus derechos de la misma forma que tú. Una falta de empatía ideológica irreprochable a esta generación que a pesar de lo que decían sus juegos de infancia, nunca tuvo futuro.

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