El regreso al trabajo, entendiendo como tal el lugar en el que llevo currando desde que empezó el siglo, causa sensaciones encontradas. El teletrabajo no ha ido mal, tiene sus ventajas, a qué negarlo, pero también sus tentaciones. El teletrabajo es un poco brujo, no sólo tecnológicamente, sino porque te susurra que dejes la silla y te arrumbes al sillón, o directamente al sofá. O, por qué no, a la cama del tirón y santas pascuas. Hay que aguantar y desoír las llamadas de esas sirenas tan apetecibles.

Cierto que el teletrabajo terminará imponiéndose en según qué profesiones. En algunas lo que no cuaja es ir a desarrollar tu actividad a varios kilómetros de la vivienda. ¿Cuántas empresas existen ya sin una sede central? Muchas. Y han seguido funcionando como venían haciéndolo desde su fundación. No les ha resultado ningún problema con la llegada del virus. Pero en la mayoría el teletrabajo de estos días, urgente, improvisado y forzado por las circunstancias, ha convertido muchos hogares en despachos y oficinas, en sucursales. Pero nuestros pisos y nuestros apartamentos no están en Silicon Valley, con todas esas comodidades al alcance de todos esos clones de Zuckerberg que trabajan allí. Un soltero o una pareja sin hijos puede estar de lujo, pero una madre con hijos pequeños... Una compañera que no ha entrado en la primera selección que se ha hecho para reincorporarse de manera escalonada a la sede del periódico me dice que trabajar en casa con los dos "salvajes" -con el amor que una madre menciona y escribe esta palabra- que tiene por hijos es muy complicado. La entiendo. Los dos enanos ven a su madre en casa todo el día, pero de una forma extraña demasiadas horas delante del ordenador dando teclazos, y los dos criajos no entienden de periodismo digital ni de páginas ni de fotos ni de columnas ni de teletipos ni de largas llamadas telefónicas, y por supuesto no entienden de hora de cierre. Su madre está ahí todo el día, su madre no les hace ni caso. Si ellos están en casa porque no pueden ir al cole y mamá también está en casa porque no puede ir al trabajo, ¿por qué no pasan todo el tiempo juntos, para qué está ella ahí?

Sí, después de todo parece que viene bien volver al curro. Ayer lo hicimos unos cuantos. Otros no han dejado de venir en todo este tiempo. Obviamente, la redacción continúa siendo un lugar extraño, con tantas sillas y mesas vacías. Una redacción tiene su razón de ser cuando más se asemeja a la sala de máquinas de un submarino esquivando las cargas de profundidad de un destructor. Hace años que la guerra -ahora que tanto se usan los símiles bélicos en la lucha contra el Covid-19- es algo que también se libra de manera virtual, con una ingeniería de combate hipertecnólogica que elimina al enemigo asépticamente mientras sólo se oye el zumbido de un dron.

Lo que pasa es que a algunos nos pone todavía tomar una loma, defender una colina. A tiros.

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