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¿Seguirán bajando los tipos de interés?
Cómo hacer el ridículo en Bruselas, podría ser el título de una película de comedia. Pero no; esas palabras encabezan una crónica de Enric Juliana que se resume así: “El presidente del Partido Popular, Núñez Feijóo, queda en fuera de juego, su portavoz en Europa, Dolors Montserrat, fundida, y el presidente Sánchez abollado”. Los dos primeros porque trataron de vetar a Teresa Ribera como vicepresidenta de la Comisión y no se salieron con la suya; y Pedro Sánchez porque marcó líneas rojas al candidato italiano y al húngaro pero tuvo que levantarlas para salvar a Teresa Ribera de la fenomenal embestida política que llegaba desde España. Hasta el portavoz de los Verdes en el Parlamento Europeo declaró: “No es buena idea que los políticos españoles traigan aquí la polarización de su país”.
Un espectáculo poco decente, podría ser el pícaro título de una obra de teatro en la España del destape en la que empezaba a verse algún desnudo en escena. Pues tampoco; es el título de un artículo de Fernando Onega que describe el inquietante mes de noviembre que estamos viviendo con la victoria de Donald Trump, que se considera un caudillo por la gracia de Dios para salvar a América; con una Europa en la que crecen movimientos ultras con toda su carga de anti europeísmo y peligro para el Estado del bienestar; y noviembre inquietante para España donde “tanta devastación territorial y desgracia humana no fueron suficientes ni para disimular las aberraciones de la lucha por el poder”. Es el mundo que tenemos.
Los embajadores acreditados en Madrid no hacen declaraciones públicas ante lo que vivimos, pero en privado son explícitos: “España es un gran país, pero por desgracia vive un ataque político cada diez minutos”, opina un diplomático de un país de la Unión Europea. El embajador de otro país europeo, no comunitario en este caso, confiesa que están atónitos ante el espectáculo de los políticos españoles: “Uno propone algo y el de enfrente se opone radicalmente sin considerar siquiera si lo que ha dicho es positivo para el país”. Y, además, el festival de acusaciones lanzadas por un procesado, Aldama, para negociar su libertad provisional. Mercado libre y rebajas. Un político ya retirado, el democristiano Duran i Lleida, escribe que “Valencia es víctima de un doble fango: el de la maldita Dana y del de la insoportable polarización”.
Así es. Doble fango. Tras la catástrofe acudieron miles de voluntarios que se unieron en la limpieza y el socorro de los damnificados a los bomberos, servicios de Protección Civil, militares y a las comunidades de inmigrantes que exhibieron su solidaridad. Inolvidable la energía y los cánticos de un grupo de senegaleses limpiando el cuartel de la Guardia Civil en Paiporta; o el desfile de hindúes que cerraron comercios en Cataluña para ir a ayudar a Valencia.
Pero además de DANA meteorológica, Valencia sufrió una DANA política. Los cruces de acusaciones fueron incesantes. Para tapar la incompetencia y la negligencia que tanto daño causó, se inventaron historias para ocultar la información precisa y veraz sobre la desatención mortal que padeció la ciudadanía. A la zona siniestrada llegaron también influencers, en busca de seguidores y likes, así como medios de comunicación hambrientos de audiencia, y lo peor, supuestos medios que se distinguen por el fomento del odio. Hasta el rey Felipe lo avisó: “Hay mucha gente fomentando bulos para generar caos”. Una tristeza. Pero hay que rebelarse ante ello. Claudicar significaría degradar la democracia que tanto costó conseguir.
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