Análisis

francisco andrés gallardo

La pantalla se encoge

Al cabo de un mes de confinamiento se va reduciendo poco a poco el consumo televisivo. El personal encuentra otras distracciones, porque además no queda otra, las plataformas son un refugio estable, y los informativos han dejado de ser una voz de alarma y resuenan más bien a monotonía oficialista. Estamos cansados, y con razón. Y cuando haya pasado al menos este encierro colectivo será el momento para ver quiénes hicieron los deberes de informar con rigor e interés. Será el momento a partir de entonces para analizar en su realidad los índices de audiencia.

Mientras la parcela informativa se alimenta por sí sola, con el esfuerzo de tantos compañeros jugándose literalmente el tipo junto a otros profesionales gigantes, la faceta del entretenimiento, que también es necesaria, campea por las redifusiones y por demasiados espacios hechos en casa. Que sí, que es meritorio reinventar formatos desde la pantalla de un ordenador y con los libros del estante de Ikea al fondo, pero el prime time no puede llenarse de formatos de cuenta de Instagram. Estamos en crisis y limitados, pero del ingenio y del esfuerzo de unas cadenas con presupuesto se puede pedir más.

Al final está más animada la franja de la mañana que el prime time. Hay espacios que siguen en su plató, como El Hormiguero, porque la televisión desde 1956 se tiene que hacer en su casa. En la casa de la televisión, aunque sea fresco conectar con un colaborador o un actor en pantuflas y con una copa disimulada tras la tablet. Buenafuente, Risto o Wyoming se pueden permitir por la fidelidad que despiertan hacer un programa desde su casa, pero deben ser excepciones pese a todos los problemas del confinamiento general. Ni siquiera tiene demasiada gracia contar la cuarentena desde dentro como intenta hacer La 1.

La televisión tiene que seguir siendo y pareciendo televisión, no un fragmento de Youtube.

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