Tribuna Económica
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Escaping stagnation es el título del discurso que pronunció Isabel Schnabel, miembro del Comité Ejecutivo del Banco Central Europeo, la semana pasada. En él exponía con toda claridad la problemática situación de la economía de la eurozona, destacando que el PIB en términos reales ha crecido sólo un 0,1% por trimestre en los últimos dos años. Pero, al mismo tiempo que describía esta debilidad de la economía europea, señalaba que el comportamiento económico por países era muy heterogéneo. Y habló largo y tendido de Alemania, la mayor economía de la eurozona y la que peor desempeño está mostrando.
Los datos económicos para el conjunto de la zona del euro no sólo vienen escondiendo profundas diferencias en su interior, sino que estas diferencias son muy distintas a las que históricamente estábamos acostumbrados: Alemania, pero también Finlandia y Estonia, luchan contra una grave desaceleración, cuando, en contraste, el sur de Europa, con países como España y Portugal, ha mostrado gran resiliencia, impulsado por un fuerte repunte en el turismo y mejoras significativas en el mercado laboral.
Así, Alemania, que tradicionalmente funcionaba como el motor económico europeo, hoy enfrenta grandes dificultades estructurales y una desaceleración industrial significativa. Su economía, orientada a las exportaciones y a la manufactura, ha sido duramente golpeada por el aumento de los costos energéticos, las restricciones a la globalización y la creciente competencia de China en sectores de alto valor añadido, como la automoción.
Las medidas que propone Schnabel para superar este estancamiento no constituyen ninguna novedad. Muchos foros las han reclamado y recientemente el informe Draghi las recoge: reformas estructurales, buscando la innovación y el emprendimiento, especialmente en sectores estratégicos, para fortalecer la competitividad; diversificación energética; fomento del comercio intraeuropeo; mejorar la integración dentro de la eurozona para compensar las pérdidas en mercados internacionales; o desarrollar políticas fiscales coordinadas.
Con todo, una de las medidas que más agradecería Alemania por su efecto más inmediato sería el estímulo monetario. Y a este contexto se tendrá que enfrentar el BCE cuando tenga que tomar su decisión acerca de los tipos de interés la próxima semana: por un lado, podía decantarse por una nueva reducción de tipos, incluso más importante que un 0,25%, lo que estimularía la inversión y el consumo, beneficiando economías como la alemana; o podía mantener las actuales tasas de interés, que otras economías más resilientes pueden tolerar, y en las que una bajada excesiva podría reavivar las presiones inflacionarias que aún persisten en sectores clave como los servicios.
Es de esperar que el BCE sea fiel a su mandato principal, esto es, mantener la estabilidad de precios, y considere las implicaciones de cualquier flexibilización monetaria en toda la eurozona, donde la inflación subyacente sigue siendo una amenaza latente. Pero, Alemania que ha sido siempre un halcón vigilante de la inflación, con su debilidad económica actual, puede influir considerablemente a que el BCE incline la balanza.
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