Más que Julio Iglesias enfermo, quien está enferma es España.

Ha bastado una foto en la que al cantante le han pillado en el mínimo trecho de los pasos que daba ayudado por fisioterapeutas, para que tengan más importancia y publicidad que miles de kilómetros por los que dio varias veces la vuelta al mundo, en ese imperio musical en el que nunca se pone el sol. Estudios ha habido demostrando que cada dos o tres minutos suena una canción -o muchas- de Julio Iglesias en el planeta. Pero eso no importa a unos 'informadores' de pacotilla, unos licenciados en Periodismo que, entre una cosa y otra, lo ejercen como si arrugaran su título para echarlo a la papelera de las redacciones.

Al triunfador no se le perdona el éxito en España. El respeto para sus gigantes, para sus grandes artistas, es cosa de Francia, de Italia o de Estados Unidos. Pero no de España. Aquí el inefable Aznavour no hubiera terminado sus días dando conciertos con más de noventa años. Quita, quita. Los españoles se sienten incómodos con el éxito ajeno. En un país de tantas seguridades buscadas en la función pública, en el sueldo fijo, en los pesebres políticos, se lleva mal el triunfo ajeno del arriesgado que un día se lo jugó todo a una carta, cuando tomó el rumbo del todo o nada, cuando dio aquel giro valiente de vivir con piel de riesgo.

Julio Iglesias se ha encontrado al cabo de los años con la factura de un accidente de circulación cuando tenía 20. Y eso por lo visto tiene más morbo e interés que sus conciertos sold out en el Madison Square Garden de New York o los del Olympia de París. Si los contertulios del asco, de los cuernos y las cópulas nos hubieran ido contando tan al pie de la actualidad las gestas incomparables de un español universal como Julio Iglesias, con la misma puntualidad que ahora roen como asquerosas ratas esa única foto de una dolencia, habría que haber dudado si estábamos en España. Pobre país de frustraciones padeciendo la larga e incurable enfermedad de la envidia.

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