Análisis

Gumersindo Ruiz

Nuestros enemigos desaparecerán como el rocío al alba

Con 135.000 soldados rusos en sus fronteras, la gente de Ucrania parece sorprendentemente tranquila; es una situación compleja e imprevisible, y quizás sienten que no está en su mano impedir lo que va a pasar. Rusia tiene 144 millones de habitantes, y los diez antiguos territorios soviéticos, algunos con frontera con Rusia, suman también 144 millones de personas. Son países con conflictos internos y entre ellos, diferencias religiosas, de lengua, dependientes o no de organismos internacionales para su financiación, relaciones dispares con Europa, con o sin riqueza energética, pero todos tienen tres cosas en común: son pobres, con malos gobiernos, y los sentimientos y expectativas de la gente joven se apartan cada vez más de Rusia y miran a Europa, lo que no es extraño, pues Rusia tiene una renta por habitante de 11.250 dólares (la tercera parte de la española), y la media de esos diez países es la mitad de la rusa. Vladimir Putin persigue dos cosas: el control de Ucrania (con 44,4 millones de habitantes), alejando la presencia militar de la OTAN de sus fronteras; y mandar en un club de dictadores cuyo único sentido de la vida es impedir protestas y movimientos democráticos y anticorrupción que por imitación desestabilizan sus gobiernos, igual que llevaron al desmembramiento de la URSS.

Vladimir Putin invadirá seguramente Donbas, el enclave separatista apoyado por Rusia, que quedó en situación ambigua tras los acuerdos de Minsk II en 2015. Rusia puede soportar el coste con sus ingresos por exportaciones, y aunque el rublo se deprecia, la inflación sube, y el tipos de interés llega al 10%, poco importa cuando lo militar es fundamental y la educación, sanidad y el bienestar de la población, no. Sin embargo, el daño a los negocios está pesando en las decisiones; la empresa rusa de energía Gazprom , que sólo por suministro a Europa ingresa 200 millones de dólares diarios, ha perdido en bolsa un 20% desde máximos del año pasado, y los accionistas preocupados han propuesto para el consejo (que sólo es de hombres) a un antiguo canciller alemán, ya miembro de la petrolera Rosneft. Ocurre igual con bancos, y sociedades de inversión, que en caso de conflicto saldrían malparados, junto con negocios de una y otra parte, además de las sanciones a empresas, individuos, y sus familias. El coste también lo estamos sufriendo en el precio de la energía y la inestabilidad financiera.

"Nuestros enemigos desaparecerán como el rocío al alba", escribió Pavlo Chubynsky para el himno de Ucrania. Su ingenuidad no impide desear que sea así, y se desvanezca esta pesadilla para una nación que sólo aspira a algo de la paz y bienestar que ve en una Europa, de la que también duda por sus compromisos y contradicciones en su relación con Rusia. Pero precisamente por ser una referencia, tenemos que exigirnos no sólo ejercer toda la coerción militar, económica y diplomática posible, asegurando a Ucrania que se entiende la complejidad de su problema, y que su total independencia no es negociable, sino perfeccionar lo bueno que puedan ver en nosotros, mostrando unión y fortaleza -no sólo material sino de ánimo y mental-, para asumir las consecuencias de una guerra fría y caliente.

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