Análisis

rogelio rodríguez

En la encrucijada y sin boceto de país

La estulticia bravucona de Podemos alcanzó su cénit en el acto de conmemoración del 23-F

Las repetidas concentraciones violentas en distintas ciudades, sobre todo en Barcelona, retratan a ese sector de la sociedad iletrada, en general joven, adoctrinado por las fuerzas populistas y extremistas que nutren sus filas y sus fobias en momentos de declive político y destrozo institucional. Son como dientes de sierra. Crecen o decrecen según la coyuntura y aprovechan los achaques del sistema, que ellos mismos inoculan, para ocupar parcelas de poder y erigirse en nueva casta, progenie del chantaje y el presumible saqueo al Estado de derecho. Otean y actúan. En Mariano Rajoy vislumbraron una debilidad propicia y en Pedro Sánchez una pavorosa ambición compartida. Ocupan casi cien escaños en el Parlamento y cinco asientos en el Gobierno de la nación. Diputados y ministros que alientan la violencia callejera e impugnan el orden constitucional con falsas proclamas de regeneración democrática con las que tratan de velar sus afanes totalitarios.

Pero las intenciones están boca arriba y ya nadie engaña a nadie. He ahí el temor súbito de un presidente coaccionado que entreabre la puerta de la Moncloa a ententes con formaciones opuestas que enfurecen a su socios. A los coaligados, dádivas, y al PP de Pablo Casado -aprovechando que está doliente y de mudanza- amaños que marginen a los impostores y cristalicen a futuro en la recuperación del bipartidismo. Los podemitas le han socavado a Sánchez demasiados telediarios y el acuerdo sobre RTVE sustituye el prometido concurso de méritos por la habitual cuota política, un reparto de escaletas para el control del ente público. Lo contrario de lo que socialistas y populares prometían para garantizar la independencia del medio frente a los intereses partidistas. Y con similares componendas pretenden renovar el Consejo General del Poder Judicial, aunque en este caso el plan tropiece con los vetos cruzados entre PP y Podemos. "¡Que se besen!" claman en Vox. "Está por ver", amenazan los de Pablo Iglesias. Y Sánchez traga, digiere y sonríe. En tiempos tan líquidos el pacto entre los grandes sería un mal menor dada la calaña de los grupos que los circundan. Más de lo mismo, y poco bueno, pero valdría de sutil consuelo.

Sin proyecto de país, la normalidad es una entelequia. Y lo será, con graves consecuencias, mientras exista un Gobierno en el que algunos de sus miembros actúen con deslealtad y erosionen la Constitución que prometieron. La estulticia bravucona de Podemos alcanzó su cénit en el acto de conmemoración del fracasado golpe de Estado del 23-F. El vicepresidente Iglesias negó el reconocimiento al rey Felipe VI y a la decisiva intervención de Juan Carlos I frente a la intentona, al tiempo que sus ausentes afines nacionalistas emitían un panfleto con agresiones al Estado. Estos nuevos comunistas que reniegan de la Monarquía parlamentaria ignoran con alevosía que antecesores suyos nada sospechosos de ideología, como Santiago Carrillo o Dolores Ibarruri, La Pasionaria, mostraron su agradecimiento al Rey de la Democracia, participaron en el generoso consenso de la Transición, adoptaron la bandera roja y gualda y enviaron la tricolor al maletón de las nostalgias inútiles y amargas.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios