Análisis

Tacho Rufino

La economía no tiene quien la quiera

El PIB, la deuda, el déficit, los impuestos e incluso el paro han quedado relegados a un segundo plano en el argumentario electoralLa economía, ausente en campaña, es la base de la convulsión política en nuestro país

Hace unas semanas apuntábamos aquí que, según los propios asesores económicos de los partidos que se disponían a contender en la campaña electoral, la economía había dejado de ser algo importante, si consideramos "importantes" aquellos asuntos que dan o quitan votos. No es rentable, parece, centrar los mensajes en asuntos como el crecimiento, el paro, el empleo precario y la tenebrosa proporción de jóvenes tanto parados como en precario; el gasto y los ingresos públicos, o sea, los impuestos; la deuda pública, una losa silente y corrosiva que no se reduce y que alcanza un valor de casi el 100% del PIB. Qué decir -o no decir: ya no es rentable hablar de economía si lo que se busca son votos- sobre la balanza comercial y el saldo y naturaleza de nuestras importaciones y exportaciones, sobre la inversión de investigación e innovación o el peso relativo de los sectores en la estructura económica de las regiones españolas, tan diverso y asociado a intereses históricos del nacionalismo vasco y catalán. Ni siquiera los impuestos personales o por consumo, que afectan directamente a todos los hogares, son un asunto importante para decantar el voto hacia uno de los partidos en liza para conseguir o influir el poder político y gubernamental de España. Algo bien significativo.

El principal argumento -implícito y explícito- en estas elecciones es el miedo por la ruptura del Estado urdida desde Cataluña y cuya estela ha sido aprovechada, cómo no, por el independentismo vasco que ha cambiado a los terroristas por los indepes del procés como cómplices "que mueven el árbol" -Arzallus lo dijo- cuyas nueces explota no sólo el peneuvista, siempre en el lado brillante de la vida, cuyo gran éxito es hacer una Euskadi cada año más rica en comparación al resto de regiones: si es cierto que dinero llama a dinero, el dinero del chollo fiscal y el de los pellizcos periféricos cogidos en Madrid por causa de nuestro deficiente sistema electoral también llaman a más dinero: desarrollo extra, infraestructuras, formación, propaganda, coberturas sociales. "De mayor, quiero ser del PNV", repite un amigo, no sin cinismo. Es pues el independentismo de parte de Cataluña y, silbando, del País Vasco lo que mueve los mensajes electorales. Una guerra exangüe y de gota malaya, diaria, paralizante del potencial económico de este maltrecho Estado y que es en esencia eso, una lucha económica y fiscal con coartada identitaria y victimista… cuando es victimaria y agresora desde el propio Estado: los gobiernos catalán y vasco son gestores principalísimos del Estado español. La voluntad de silenciar la corrupción pujolista y del tres per cent es también motor del conflicto catalán, cuya internacionalización hace gran daño al país. En el fondo, mal tapado por las formas y la superficie, las regiones ricas ven en la independencia una vía de convertir en pequeños Estados más ricos y potenciados por una historia de privilegio -más que de opresión o autoritarismo centralista y de parasitismo meridional-, una promesa de un nuevo statu quo para una Noruega mediterránea (Cataluña) y una Suiza euskalduna. Ambas industrializadas por un reparto asimétrico e histórico de políticas industriales a cambio de, como también decimos, chantajes crónicos. Bien aprovechados, eso también.

La economía, pues, por una parte, parece no tener nadie que la quiera en esta campaña electoral. Por otra, sin embargo, subyace como un animal callado y brutal en los argumentos esgrimidos por los partidos, y no digamos en el resurgir del patriotismo nacionalista español cuyo principal exponente es el aumento fulgurante de las expectativas de votos de Vox. Este voto no es proactivo, sino reactivo. Y, por mucho que se quiera disimular, económico como motor originario y fundamental.

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