Análisis

rogelio rodríguez

Ya lo decían Ortega y Delibes

Sánchez aspira a mandar a solas y va otra vez de órdago, ahora contra todos

Miguel Delibes, que era sobrio en el vivir, excelso en la escritura y tajante en el decir, resumió el drama político que asoló este país con una frase concisa y certera: "Entre la izquierda y la derecha jodieron España". Y José Ortega y Gasset, pródigo en disquisiciones memorables, dijo en un momento preciso que "ser de la izquierda es, como ser de la derecha, una de las infinitas maneras que el hombre puede elegir para ser un imbécil; ambas son, en efecto, formas de hemiplejía". Ortega se excedió, sin duda afectado por una situación políticamente desmesurada, en la que los partidos de entonces (1923-1936) cavaban la fosa de la Segunda República.

El tiempo actual es muy distinto, el Estado de Derecho es más sólido y el pueblo -¡ay, el pueblo!- es, al menos, más culto y vive mejor, pero nunca está de más recordar que las disputas fratricidas y los intereses bastardos han podrido en varias ocasiones la manzana de la democracia. El mezquino espectáculo que protagonizan estos días las distintas fuerzas políticas concita malos augurios. Cuando los políticos, a izquierda y derecha, falsifican las llaves de la concordia, conviene cambiar de cerraduras y, si fuera posible, de políticos.

En los ojos de la calle aún cuesta apreciar un panorama que avanza de la preocupación a la presumible desolación, aunque el malestar de la ciudadanía con sus representantes públicos, según el CIS, alcanza ya su máximo desde 1985. La inestabilidad coaguló en 2015. Desde entonces, tres elecciones generales y tres gobiernos endebles. El último, presidido por Pedro Sánchez, se constituyó en cautividad y llegó hasta donde quisieron que llegara sus comanditarios secesionistas. Es la primera vez en veinte años que, a estas alturas, los Presupuestos Generales del Estado están por hacer. Las comunidades autónomas reclaman cinco mil millones. El mercado de trabajo y el sistema de pensiones, entre otros, precisan reformas urgentes y la Carta Magna requiere un arreglo armónico que rejuvenezca el régimen de 1978. Y, por si fuera poco, la chimenea volcánica de la Generalitat de Cataluña sigue arrojando lava de forma impune contra el orden institucional y la convivencia, hecho que estimula el ánimo de la tropa soberanista en el País Vasco y Navarra. Hay dolencias para las que sólo existe una receta: aplicar la Constitución.

Pedro Sánchez, amo y señor del nuevo PSOE, vencedor en los pasados comicios y presidente en funciones, ya no es el que ganó la moción de censura. El roce con Merkel y Macron parece haberlo atemperado, aunque su volumen de escrúpulos quizás sea el mismo que le permitió pactar una ignominiosa hoja de ruta con Quim Torra. Sánchez aspira a mandar a solas y va otra vez de órdago, ahora contra todos. Amenaza con convocar elecciones si el día 22 no logra la investidura sin pactar contrapartidas. A su izquierda bulle un líder populista caído en la mendicidad y la derecha, dividida, se desangra entre hipocresías y traiciones. Pero los separatistas crecen y huelen carroña, ven la posibilidad de romper España.

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