Análisis

Salvador Gutiérrez Solís

@gutisolis

Donde debo estar

Que nadie me venga a decir cómo he de ser andaluz, o si tengo todas las cualidades que se requieren o si todavía me falta medio kilo. Porque soy andaluz a mi manera

Si todos los futbolistas fueran el mismo futbolista, aunque fueran como Messi, o como el mejor Guti, sería insoportable, insufrible, ver un partido. Su perfección nos aburriría a los pocos minutos. Y lo mismo nos sucedería con el baloncesto, diez Lebron James sobre la pista. Prórroga tras prórroga hasta la eternidad del cansancio. Ponga el ejemplo deportivo que le apetezca. Se puede ser homosexual de muchas maneras, con y sin pluma, y lesbiana, y heterosexual, y trans, y lo que te dé la gana. No hay un molde o patrón que defina nuestra sexualidad y género. No somos como el chocolate, no llevamos en la frente escrito el índice de pureza de lo que somos. Como tampoco a todos los gallegos les gusta el orujo y la empanada, ni todos los vascos se pasan el día levantando piedras y cortando troncos ni todos los norteamericanos tienen un rifle tras la puerta ni todos los ingleses toman un té a las cinco. No. Teniendo claro que no somos una masa uniforme, que no hay un concepto que nos aglutine a todos, como tampoco hay un concepto que nos defina de una manera exacta, cada día estoy más convencido de que se puede ser y se es andaluz de muchísimas maneras, y que todas ellas son tan válidas como la suya y como la mía. Tan precisas e imprecisas, tan exactas e inexactas al mismo tiempo. Porque el ser andaluz no se consigue mediante oposición, realizando un cursillo o gracias al certificado firmado por la administración competente. Es mucho más sencillo que todo eso, se es andaluz porque se quiere. Y hay muchos que deciden serlo porque les apetece, porque vinieron a esta tierra, se enamoraron de ella y se consideran andaluces, y yo los reconozco como tal. Porque ser andaluz no es un carné, ni una partida de nacimiento ni una postura, como tampoco lo es una impostura.

Yo creo que por eso mismo, me han gustado tanto el artículo de mi querido amigo Daniel Ruiz, titulado Hombres de luz, y el spot de los supermercados El Jamón, porque inciden en esa diferencia que nos une. Illo, quillo, picha, nene, pego, malaje, esaborío, miarma, malafollá, ancá, noniná, perol, fartusco, y no sé cuántas palabras y expresiones más que utilizamos de Ayamonte a Pulpí, y que aderezamos con todo tipo de acentos, seseos, ceceos, aos, eos y demás peculiaridades lingüísticas, porque hasta en eso, o también en eso, somos diferentes, y yo me alegro de que así lo sea. Porque la diferencia, lejos de separarnos, nos enriquece. Porque esa diversidad de palabras, de expresiones, de acentos, de sonidos, hacen que el andaluz sea una lengua, dialecto o modalidad oral, o como se quiera decir, más rica, más amplia, más sabia. Y porque el que acepta la diversidad tiene muchas más opciones de vivir una vida más plena, porque no le pone trabas a casi todo, porque es curioso, porque le gusta probar, indagar y descubrir aquello que no conoce. Sólo el enano mental y el miope le tienen miedo a la diversidad, que siempre debe ser entendida como lo que es, una suma, y nunca una resta. Afortunadamente, en Andalucía se nos da mejor sumar que restar.

Que nadie me venga a decir cómo he de ser andaluz, o si tengo todas las cualidades que se requieren o si todavía me falta medio kilo. Porque soy andaluz a mi manera, que entiendo es la manera de todos, con mis querencias y con mis contradicciones, con mis aliños propios, con mis fobias, mis filias y mis manías, con mis cosas, que para eso son mías. Y lo mismo me emociono escuchando a una banda de Boston que a Rocío Márquez, y me divierten Califato 3/4 y muevo los pies al ritmo de Los Voluble, y que no falte Prince, y se me salta una lagrimilla con ese vozarrón inigualable de la Jurado, interpretando ese himno nuestro que sólo pueden cantar, como se merece, tres o cuatro, y puede que sea demasiado generoso. Y no brindo con manzanilla o fino, prefiero el tinto, y hasta en eso soy andaluz, que la denominación de origen la llevo en las tripas, en las entrañas. En las emociones, que se despiertan cada mañana cuando me asomo a la ventana y miro, y huelo, y escucho, y me digo: estoy donde debo estar.

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