Análisis

Tacho Rufino

El daño que siempre trae el éxito

El cortoplacismo y la autocomplacencia comprometen a las empresas, y también al gobierno de los territoriosLos buenos gestores son los que guardan para cuando no haya, y eso no es habitual

Morir de éxito es una expresión que simboliza la imprudencia que suele ir asociada al logro personal y empresarial. Avisa de la autocomplacencia y la pérdida de contacto con el suelo -la realidad- que produce esa embriagadora ambrosía que es la cara oculta y silente del triunfo y la notoriedad. "Guarda para cuando no tengas" es, en ese mismo orden de cosas, un dicho que es hermano de aquella frase que un esclavo ilota repetía al oído del César en su entrada triunfante en Roma tras una campaña ganadora, memento mori: recuerda que eres mortal. Los más gloriosos artefactos humanos acaban siendo polvo, por una silente ley de los ciclos, que a todo afectan de forma inexorable y a veces misteriosa y con pocas excepciones: a la vida de las personas y resto de seres vivos, al statu quo de las estructuras del poder, a las expresiones artísticas y deportivas, a los patrimonios. A las empresas. Cuántas cosas, incluso las que parecen más sólidas, acaban marchitándose, por una entropía fatal, que tantas veces está ligada a la vanidad que ataca a quien se mira mucho el ombligo; sea en su devenir profesional como individuo, sea en la dirección de una compañía. La historia de las corporaciones está jalonada de tal esquema. No sólo por la creencia en que todo lo que va a bien va a ir siempre bien. También por la ignorancia de que planificar y ser prudente cuando más fuerte se está es una obligación.

Valga como ejemplo: las políticas económicas contracíclicas -subir impuestos y reducir el gasto público en etapas de expansión- son uno de los grandes talones de Aquiles de los gobiernos sometidos a la bendita tiranía de la democracia, que hace que los partidos prometan con alegría ante las elecciones, y relajen sus obligaciones gubernamentales a favor de corriente. La imprudencia es enemiga del éxito. El Código Civil simboliza en un artículo esta exigencia de gestión diligente como la de un "buen padre de familia", expresión que fue sustituida por la más correcta de "persona razonable", evitando, lo cual es de agradecer, caer en la multiplicación sintáctica con palanca de género que tanto juego da a la política cosmética. "Persona razonable" es mejor, y más corto, que, digamos, "buen padre o madre de familia, sean éstos y éstas de cualquier naturaleza, diversidad de opciones y etcéteras varios".

Las empresas, desde las pequeñas hasta las globales, deben reconocer no sólo su propio ciclo vital entre el nacimiento y el declive, sino también los de los sectores en los que operan. La anticipación y la adaptación al entorno se complican si los cambios son rápidos por la incesante mutación tecnológica y por la complejidad que introduce la mayor cantidad de factores a tener en cuenta. Si tales dinamismo y complejidad puntúan alto a la vez, se eleva la incertidumbre y la exigencia en la gestión, aunque, por otro lado, se incrementa la ganancia potencial, que sólo explotarán aquellos que estén más en la vena de su mercado y sus cambios, o sea, sus oportunidades y amenazas. Los cambios mundiales han introducido un extra de estrés en el funcionamiento de muchas empresas de ámbito geográfico local o regional. Un plus de riesgo, que además les es incontrolable. La autocomplacencia es su gran adversario. Valga una coda: las empresas de construcción se ven zarandeadas por la escasez de los materiales. La escasez es, por definición, aumento de precio, de costes. El pequeño contratista al final de la cadena sufre más, pero todo el sector sufre. Como conclusión, cabe apuntar que quienes llevan el timón de las empresas están cada día más obligados a cubrirse las espaldas y estar atentos, por puro ejercicio de supervivencia. Para no morir de éxito... del éxito de China. Economía y país que, en el fondo, parecen ser la madre de todas las incertidumbres.

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