Si los jueces tienen razón -y en este caso así es-, y el consejo de Bankia no incurrió en responsabilidad en la salida a Bolsa, tras la que registró enormes pérdidas, ¿quiénes son responsables de esas pérdidas que obligaron a absorber más de 20.000 millones en fondos públicos? Sobre este asunto, de gran importancia económica, social y política, puede decirse lo siguiente. Primero, las pérdidas de cajas y bancos en España fueron por préstamos inmobiliarios, no por productos derivados, y aunque resulta llamativo denominarlos "tóxicos", tenían detrás activos reales, casas, hoteles, centros comerciales, o suelo, y por tanto valiosos si se hubieran gestionado bien. La propuesta de crear una sociedad perpetua que diera cuerpo a un patrimonio permanente público de vivienda y otros activos en alquiler no tuvo el menor eco.

Segundo, la valoración de préstamos dudosos y sus inmuebles dependía del criterio del supervisor bancario, que podía obligar a que un inmueble o suelo que estuviera valorado, por ejemplo, en 50 sobre un valor inicial de 100 fuera 5, dando el banco o caja la pérdida; no es sorprendente que una entidad pasara en unas semanas de beneficios a pérdidas. Tercero, esta práctica era un incentivo para que los nuevos administradores -caso de Bankia- malvendieran los inmuebles, pues como estaban contabilizados por nada, cualquier cosa que les dieran por ellos lucía como beneficios. Cuarto, las presiones de la Unión Europea, debilidad de los gobiernos, del supervisor, y ausencia de responsabilidad social en este asunto, llevó a discriminar contra las cajas de ahorros exigiéndoles más capital que a los bancos -los llamados "decretos Guindo", algo inútil como se mostró con Popular-, y permitió la intervención y ruina de entidades que habrían podido seguir por sí solas; la obsesión por las fusiones llevó también a la órbita de Bankia a pequeñas y medianas entidades solventes, que cayeron con el gigante.

La sentencia de Bankia puede parecer frustrante, pero en algunas cajas de ahorro no había menos profesionales que en compañías cotizadas, nacionales o internacionales, incluidas las norteamericanas. Es ingenuo pensar que alguien malo o torpe hubiera podido crear el caos de la Gran Crisis financiera, y nadie discute que las mentes matemáticas más brillantes, incluidos premios Nobel -junto con la liberalización financiera-, crearon productos cuyas consecuencias ellos mismos no comprendían, que permitieron financiar entre otras cosas nuestra burbuja inmobiliaria. Ninguno de los participantes en esta orgía financiera ha pasado nunca por un tribunal, salvo casos muy excepcionales y por conductas ilegales, como tampoco los que no supieron, o no quisieron, recuperar ese patrimonio de bienes inmuebles que podría ser hoy una importantísima riqueza colectiva. La lección del asunto Bankia debería servir, por una parte, para analizar en su complejidad lo que ocurrió en la crisis, más allá de la simpleza de hablar de "la política"; y por otra, para superar la aversión a lo público tan extendida en nuestro discurso cotidiano, sin considerar el provecho que una cooperación inteligente supone para la iniciativa privada.

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