Los dos tipos de virus se han unido en esta maraca. Se ha reunido lo vírico y lo viral y la música suena entre las trompetas del Apocalipsis y un cuplé de chirigota chunga. Se da pábulo a todo, las cifras se multiplican, los bulos se disparan y hay que darle fuerte a la criba para quedarse con los datos útiles. Es una histeria desbocada desde la dictadura china que ha hallado el megáfono del terror obsesivo con la cercanía de Italia. No deja de ser una preocupación en los límites del sentido común y la responsabilidad social que en otros tiempos no pasaría de tormenta sanitaria.

Las cadenas fabrican bolas de nieve desde una mota de granizo, ya sea en un reality como en la crónica negra diaria o en la desventura de un famoso. Todo es susceptible de retroalimentarse y en el caso de esta tromba vírica las exageraciones y los mitos del mineralismo han llevado al acopio e incluso robos de mascarillas y a brotes hipocondríacos que esconden recelos racistas y clasistas, tan nuestros.

Fue el curtido Lorenzo Milá, en Los desayunos de TVE, como corresponsal en Italia, la primera voz en primera línea de la noticia que se tuvo realmente en cuenta, hace sólo unos días, cuando vino a cuestionar la sobredimensión mediática y el excesivo pánico en torno a una crisis espoleada por titulares sensacionalistas y un miedo hiperbólico en las autoridades políticas (que no sanitarias). Frente a epidemias que daban bofetadas a los mapas esto del coronavirus no pasa de ser una fábrica de psicosis colectiva.

Por eso es importante que entre el ruido siempre existan voces de calma. Es lo que ayer tarde en Salud al día llevaron a cabo la doctora Inmaculada Salcedo, principal autoridad andaluza en medicina preventiva, y el conductor del longevo espacio, Roberto Sánchez. Tras tantos minutos en los noticiarios es la hora de la calma: lavarse las manos (en el lavabo), mantener la higiene y prevención que nunca hemos de perder y calcular lo improbable que es que nos toque la lotería o que nos contagie un virus de carambolas.

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