Análisis

rogelio rodríguez

Sánchez afronta esposado una legislatura en el ataúd

Sobraban razones, políticas y jurídicas, para que Rajoy cediera. Motu proprio, en un ejercicio de responsabilidad que bloqueaba la codicia de sus rivales y abría las puertas de Génova a la regeneración o, como ha ocurrido, por una moción de censura. Los casos de corrupción que emponzoñan al PP y al sistema no permitían otra salida. Rajoy no se habría cubierto de gloria, pero sí de dignidad, un valor que ennoblece en la derrota. Prefirió subir al ring confiado en su dialéctica de acero y en asistencia vital del PNV, un partido anfibológico al que había gratificado con creces en los Presupuestos recién aprobados. Le pudo la soberbia y, a sus años, pecó de ingenuidad.

Pero nuestra larga historia de renglones torcidos también recogerá con letra gruesa que un candidato alcanzó la Presidencia del Gobierno mediante una moción de censura, con el escuálido equipaje de 84 diputados, sin la preceptiva consulta a los órganos de su partido, sin un proyecto creíble, asumiendo el programa presupuestario del Ejecutivo saliente, que una semana antes había rechazado, y a expensas de gobernar esposado y entre cepos de tortura. Pedro Sánchez lo ha logrado y ahora deberá asumir el imperecedero retrato de someter la España constitucional y la rosa mustia del PSOE al diabólico apoyo del independentismo, para gozo también de sus amigos antisistema. El predicador Bunyan debió de haberlo advertido: "Desde las mismas puertas del cielo parte un camino hacia el infierno".

Con esa mimbrera, el mayor riesgo que corría el osado adalid socialista era el de ser proclamado presidente. En pura lógica, Sánchez sólo podía aspirar a cosechar el protagonismo que le niega su propia diatriba al frente de un PSOE demacrado en intención de voto, anticiparse al resto de las fuerzas en la ofensiva contra un presidente señalado por la Justicia y encorsetar al temido Ciudadanos en el aranero dilema del no o el a Rajoy. Maniatado el Gobierno para un adelanto electoral por sorpresa, el plan de Sánchez podía tornarse lúcido: pactar nuevos comicios, pero esta vez con un PSOE supuestamente revivido al frente de una convocatoria leal y obligada. En esa hora estaba cuando el PNV mostró su chaqueta reversible y el fantasma de Julio César le sopló al oído: Alea iacta est. Y el candidato, víctima del vértigo, trató de convencer a Rajoy para que dimitiera y evitar así una investidura de espinas. Era no conocerlo.

Cierto que Rajoy carecía de autoridad y legitimidad moral, que la no dimisión de un presidente inmerso en el desguace ético de su partido obligaba al PSOE, y no sólo al PSOE, a plantear la moción, pero no para ejercer a hurtadillas las facultades que le negaron las urnas, sino para volver a ellas con la grandeza que determina a los hombres de Estado. Ayer, con Rajoy, y hoy, con Sánchez, la legislatura está en el cementerio.

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