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Hace unos días comenté en una red social el compromiso de Podemos de elevar el Salario Mínimo Interprofesional a 1.300… en caso de poder cumplirlo, porque las promesas vuelan con alto con el viento electoral y tantas veces se precipitan al suelo con la calma chicha de la realidad del poder. Me permito transcribir aquí tres días después esos comentarios: "Si el salario mínimo llega a 1.300, quizá va a suceder que miles de jefes van a ganar lo mismo que las personas bajo su mando. Porque supongo que, si a los subordinados les van a subir el sueldo por decreto, aplicar una subida proporcional al salario de un supervisor o mando intermedio que gana 1.300 (en España los hay, y a manojos) es algo que no es suficientemente redistributivo, y no digamos igualitario. Y esto, tanto en la empresa privada como en la función pública: quedaremos a ver cuánto funcionario de oposición podría verse igualado en retribución con un empleado interino o temporal de su nivel, y qué pensaría de este rasero. La medida puede ser muy desmotivadora a la hora aspirar a un cargo de mayor responsabilidad, de prosperar profesionalmente. Hablo de España; no de Suecia, Holanda o Francia, donde el nivel salarial es muy superior, incluido el SMI. La UE proyecta legislar sobre el SMI de los miembros, esperemos que no partiendo de la insensatez de "un solo SMI para todos". Cabe también plantearse cómo afectaría tal salario mínimo al incentivo de una persona por establecerse por su cuenta, y no digamos al incentivo del empleador por emplear. Todo ello, por mi parte, pasando ampliamente de ataduras y dogmas ideológicos (que tanto blablablá con pólvora del rey provocan como se tornan de pronto en e ira si algo afecta a los bolsillos o estatus de uno/a)".
Comentamos Eva y yo: "Johan Cruyff decía que el entrenador debía cobrar al menos un euro más que el jugador mejor pagado", y añadió: "¿Qué me dices de la pensión mínima de 1.080 euros que están pidiendo?". "Las medidas suelen tener una parte buena, muy llamativa, en principio. Pero es irresponsable no atender a los daños consiguientes y los efectos demorados en el tiempo, a corto, medio y largo. Salvo que de lo que se trate sea de alimentar caladeros electorales y que a quien Dios se la dé, San Pedro se la bendiga, y me recuerde en su voto". Es la tentación del clientelismo, aun a costa de, según acotó Máximo, "la subida del coste de la vida, de la inflación [esta deducción es pura ortodoxia económica, algo en principio indudable], que con el tiempo dañaría el consumo. Menos mal que no podríamos darle a la maquinita de hacer billetes…".
La promesa de Unidas-Podemos surge casi inmediatamente después de la subida del propio SMI por parte del Gobierno de Pedro Sánchez hace unos meses, que elevó dicho mínimo en nómina por cuenta ajena a 1.080 euros al mes. La diferencia entre 1.080 y 1.300 (también se habla de llevarlo a 1.500, como en Francia, ya puestos) tiene dos consecuencias dignas de consideración, y mucha. Uno, que la primera, 1.080, más moderada y no por completo falta de realismo, sí podría tener no sólo un efecto de dignificación de las percepciones por trabajo en un país tantas veces negrero, sino otro efecto benéfico sobre el consumo y, por tanto, la recaudación (el Gobierno valoró su retorno sobre las arcas públicas en 1.500 millones al año). Y dos, que quien esto promete pescaría muchísimos votos de pensionistas y asalariados de base. Como voceando en el mercadillo: "Pues yo más, oiga, que estamos que lo regalamos, yo le doy a usted 1.300, ¿quién dijo 1.300? ¡1.500!". Y dos huevos duros, moc-moc. Y lo que haga falta. (Otro día hablaremos de la Renta Básica Universal, algo completamente distinto de este mercadeo con causa).
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