Análisis

rogelio rodríguez

Podemos rompe aguas

Poco ha tardado Pablo Iglesias en inyectar cafeína en la almohada presidencial

Poderoso y conmovedor caballero es el poder, sobre todo para los que lo ambicionan sin atenerse a los más elementales principios. ¿Por qué, si no, iba Pedro Sánchez a matrimoniar al PSOE con Unidas Podemos y nombrar vicepresidente a quien tanto insomnio le producía? ¿A cuento de qué el altanero líder socialista iba a conceder honores de jefe de Estado a un bufón como Quim Torra o ceder al humillante chantaje de ERC? Se trata de una pura conveniencia de alianzas temporales entre personas y grupos que se desprecian mutuamente y, como tal, a expensas de cualquier eventualidad. El Gobierno de coalición entre socialistas y peculiares comunistas es, en sí mismo, un percance, una grave irresponsabilidad histórica del partido ganador a fin de ocupar un poder que apenas puede ejercitar. Lo preside el secretario general del PSOE, pero el PSOE no gobierna, ni podrá gobernar, por mutilación y porque en su ser, y a pesar del liderazgo traumático de Sánchez, alberga un ADN distinto. Sus socios, comanditarios a una hora y antagonistas a la siguiente, condicionan la estabilidad a medidas imposibles, como la autodeterminación, o tan inviables, de momento, como el derrocamiento por etapas de la Monarquía..

Poco ha tardado el vicepresidente Pablo Iglesias y sus ministros adjuntos en inyectar cafeína en la almohada presidencial. Al jefe podemita se le ha volcado pronto el tintero sobre la presunta lealtad debida a quien lo rescató del precipicio electoral para encumbrarlo, bien es cierto que maniatado, al sitial del mando. Descalificar a su homóloga Carmen Calvo -¡para una vez que obra con fundamento!- y acusar al titular de Justicia, Juan Carlos Campo, de "machista frustrado" por las sólidas trabas que ambos han puesto al bodrio de ley de libertad sexual elaborado por su pareja y ministra de Igualdad, Irene Montero, ha revelado, antes de que cante el gallo, la nula fiabilidad política de tan apremiante alianza y, por si había alguna duda, el calibre intelectual de determinados miembros del Consejo de Gobierno. Los sucesivos avales que Pedro Sánchez ha concedido, de manera provisional, a Pablo Iglesias han comenzado a caducar, al menos para la mayoría socialista.

La plácida estancia de Sánchez en La Moncloa, aparentemente incólume ante los sucesivos temporales, entra en fase de alto riesgo. Sus populistas y coléricos cofrades le alfombran los pasillos con cáscaras de plátano. Libertad sexual, inmigración y educación centran la discordia, a lo que se acaba de añadir la grotesca intromisión de la ministra de Trabajo, Yolanda Díaz, en el intrincado asunto del coronavirus, que con innegable acierto ha conducido hasta ahora el Ministerio que encabeza Salvador Illa. El primer frente antipodemita lo componen Carmen Calvo, Fernando Grande Marlaska y Juan Carlos Campo, este último también en su calidad de notario mayor del Reino, entre cuyos cometidos está comprobar que las leyes cumplen el necesario rigor jurídico. Hay quien cree que a Iglesias le han soplado que Junqueras no deshoja la margarita de los presupuestos sino el cactus de las elecciones catalanas y su amnistía. Iglesias otea peligro.

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