Las gradas vacías han igualado a la Liga, lo que viene bien para atemperar los egos de los grandes y de sus estrellas. Sin el griterío en el cogote de los árbitros, y aunque el VAR siga siendo un gran pitorreo, se pita con más calma en los descampados deluxe que son los estadios de la LFP. Eso no quita un ápice a las victorias de Cádiz o Getafe sobre los 'clásicos', pero sin público en las gradas los galácticos vuelan bajo y a muchos jugadores les cuesta motivarse.

El eco de entrenamiento, donde resuenan los pelotazos y las instrucciones retumban como en un patio de colegio, desluce el fútbol en la pantalla, que necesita del ceremonial de los espectadores en vivo. Nos tememos que el resto de la temporada no va a ser muy diferente en aspecto de lo que estamos viendo en estas semanas, así que los que contaban con ventajas y penaltis extras van a tener que hacer nuevos planes para que les salgan las cuentas en la clasificación.

El fútbol de la pandemia ha venido a corroborar que el público, el que pasa frío o bochorno y paga su entrada, es mucho más importante en las retransmisiones de lo que se creía. No sólo aporta sonido, color y calor, sino que contribuye a insuflar vida a esa representación improvisada e impredecible de los grandes duelos en el césped. Lo de estar en deuda con la afición, cantinela de excusa de campeones millonarios y sus directivos, está más presente que nunca. Los estadios necesitan a su principal actor: la gente. Aunque, por supuesto, todo se andará. Los espectadores en casa están añorando la telerrealidad de las gradas, que no puede suplantarse con maniquíes e imágenes de trampantojo.

Y esa victoria del Cádiz tan celebrada viene a alterar la tendencia fatalista amarilla durante tantas temporadas de supervivencia. Un club tan respaldado socialmente se puede permitir la suficiencia de ser uno más en la élite. Ya lo hicieron Villarreal, Getafe o el Granada, también tan nuestro. Ocupar un sitio aunque los maldinis, tan clasistas, facilones y resultadistas, nunca vayan a reconocerlo.

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