Si hay que bajar al infierno alguna vez para hablar con el diablo, hay que hacerlo. Así me lo dijo, clarito y sin pestañear, el portavoz del PNV Josu Jon Imaz en diciembre de 2004 en su despacho de Sabin Etxea, la laberíntica sede nacionalista en Bilbao. Fue un año duro. El PSOE ganó contra todo pronóstico las elecciones generales nueve meses antes, con el terrorismo (islámico, el Gobierno de Aznar pagó muy caro su trampantojo etarra) en primer plano y el entonces líder de ERC Josep Luis Carod-Rovira había arrancado a los terroristas vascos una tregua... sólo (demonios) en Cataluña.

El 16 de enero de 2005, ETA ratificaba en un comunicado la oferta de negociación de Batasuna (declaración de Anoeta), un paso decisivo para que el Gobierno de Zapatero se pusiera manos a la obra con un proceso de negociación en firme. A los cuatro meses, en mayo, el Congreso otorgaba una autorización al jefe del Ejecutivo para entablar conversaciones con la banda. Sólo se opuso, para variar, y con gran virulencia, el PP.

Quim Torra no ha matado a nadie, aunque es difícil olvidar su apelación a la vía eslovena. "Los catalanes hemos perdido el miedo. No hay marcha atrás en el camino a la libertad. Los eslovenos decidieron seguir adelante con todas las consecuencias. Hagamos como ellos y estemos dispuestos a todo para vivir libres". Eso decía este irresponsable president hace un año, recurriendo a un conflicto que costó decenas de muertos.

Ayer rompió el hielo con Sánchez, que también debe dialogar y pactar con el diablo para que el infierno no se perpetúe con porras y togas, el mecanismo con el que la derecha pondría a toda mecha la fábrica de independentistas.

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