Aquí hay hay tomates. Los que se llevó de Almería Pablo Casado a El Hormiguero. Motos le regala a nuestros líderes una hora de plastilina aunque haya clavitos por la masa. El dueño de las hormigas trae en esta campaña (aunque todavía sea "pre") cuestionarios más incómodos y mordiscos interrogatorios. En el caso de Casado el baqueteo del partido o la corrupción (el problema de "un par de sinvergüenzas"). Un pasaporte para estar en el espacio que más se ve por hábitos y renuncia de casi todos los demás.

El Hormiguero supone un buen rato de silla y autotortura para no dar carnaza a los enemigos y rematar así con la performance de lucimiento. El popular se lanzó con el bajo, pose rockera para millennials descreídos frente a aquella mala versión de Krahe de Pablo Iglesias. Se sumó al Uptown Funk, de Mark Ronson y Bruno Mars. Soraya tuvo su momento molón discotequero y Pablo Casado el de pureta marchoso. Quiere ser el padre de La vida es bella, que además de ganarse a su amor en un repunte de valentía, ha prometido a sus hijos un perro "tras ganar este concurso". Frases preparadas en la carpeta junto a la riada de argumentos que desparrama en cada discurso y en cada tertulia.

Pero El Hormiguero también tiene sus retazos propios y ahí Casado falló sin conocer a ningún youtuber y sin arriesgar en confesiones juveniles. Mal. Y se echaba a temblar en cuanto salía a colación su formación (o no) universitaria. Casi de lo que más le costó responder era que si defendería a Junqueras en caso de que se dedicara a la abogacía. Nuestros políticos en cuanto se abre el campo más allá de los cánones de La Sexta Noche se agarrotan.

El equipo de Casado era consciente de que no se estaban jugando votos directos pero sí esa buena impresión para dejarla en el subconsciente de los indecisos. A fin de cuentas juegan a motor híbrido con el parecido de imagen con Rivera y el parecido de palabras con Abascal. Se nos ha quedado una derecha de tahúr.

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