Como quien no quiere la cosa, y a pesar de la provisionalidad, Miguel Ángel Oliver ya lleva año y medio ejerciendo el cargo de secretario de comunicación en el gobierno de Pedro Sánchez.

Me acuerdo mucho de él cada tarde, a eso de las ocho, cuando él comparecía en las pantallas de Cuatro y con un afán didáctico que le honra no sólo se limitaba a presentar las noticias, sino que las ponía en contexto y las relataba con amenidad y cercanía.

Hasta que decidió aceptar la propuesta de Pedro Sánchez y pasó a ocupar su cargo en el organigrama del gobierno. Por mal que estuvieran las cosas hace año y medio en la casa, no creo que Miguel Ángel Oliver pensara lo poco que iba a tardar en zozobrar la nave de la que él fue uno de sus principales baluartes. Dicen que los trabajadores de los informativos de Cuatro fueron los últimos en enterarse que el grupo Mediaset había decidido cargárselos y pasar página.

Después hubo cierto arrepentimiento y se mantuvieron los del fin de semana. Pero de los que presentaban Oliver y Javier Ruiz no quedó ni rastro. No sé hasta qué punto Miguel Ángel Oliver se pudo oler la escabechina que iba a producirse en el seno de su equipo. Los humildes espectadores que le seguíamos con fe, desde luego, no.

En su nube, con la agenda diaria echando humo y emergencias, ocupado cada uno de sus días en centenares de actos, reuniones, viajes, no creo que a Oliver le haya dado tiempo de asimilar lo que ha ocurrido en la que fue su casa durante tantos años. Está tan ocupado que no le habrá dado tiempo a comprobar qué ha pasado exactamente.

Si por lo que fuere tuviese que abandonar su cargo tras los resultados de las inminentes elecciones y, ya en su casa, se diese de bruces con lo que es Cuatro en la actualidad en el horario en el que él hacía pedagogía al espectador, no creo que se cortara las venas, pero casi.

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